Aunque la política china siempre ha sido difícil de interpretar, los acontecimientos de 2022 resultaron especialmente inescrutables.
A veces, el análisis de China parecía un interminable juego de adivinanzas: ¿Qué sabía Pekín de los planes del Kremlin para invadir Ucrania? ¿Durante cuánto tiempo mantendría China su política de “cero COVID“? ¿Por qué se destituyó al ex líder Hu Jintao en el XX Congreso del Partido?
Estos polémicos temas reflejaban las turbulencias que se cernieron sobre China el año pasado, desde los efectos de la política de “cero COVID” hasta una economía estancada y un panorama geopolítico tenso. En lugar de propiciar una tranquila remodelación política el pasado noviembre, Pekín cometió errores de cálculo políticos que contribuyeron a avivar importantes tensiones tanto en las élites como en las bases.
Pero ahora que los problemas de la COVID-19 y del Congreso del Partido están en gran medida resueltos, ¿será 2023 un año menos turbulento para la política en China? Una certeza es que los responsables políticos pueden ahora centrar su atención en cuestiones no relacionadas con la COVID-19. De hecho, en las últimas semanas se ha observado una clara reducción de las prioridades de la era de la pandemia en favor de los objetivos de renovar el crecimiento económico y restablecer las agrias relaciones exteriores de China.
Los políticos del país también pueden preocuparse menos por las pugnas por los ascensos, ya que la mayoría de los puestos clave del gobierno provincial y central para el próximo quinquenio ya están cubiertos. Y, tras la consolidación extrema del poder de Xi Jinping en la cúpula del Partido Comunista Chino (PCCh), apenas hay lugar para la competencia entre facciones.
Por un lado, el nombramiento de equipos formados exclusivamente por Xi tanto en el Comité Permanente del Politburó del PCCh como en los equipos de dirección del Consejo de Estado debería racionalizar la maquinaria del partido-Estado. Esto reduce la probabilidad de que se produzcan desacuerdos importantes entre las élites, como el que se hizo patente el año pasado entre Xi y el primer ministro Li Keqiang, que pronto dejará paso a Li Qiang, aliado de Xi.
Estos polémicos temas reflejaban las turbulencias que se cernieron sobre China el año pasado
Por otra parte, este estado de “máximo Xi” también puede fomentar una mayor imprevisibilidad, ya que la toma de decisiones se vuelve cada vez más personalista y la disidencia de otros altos funcionarios cada vez más inexistente. De ello se deduce que no es inimaginable que se produzca otro error político del tipo “cero COVID”.
Aunque Pekín intente normalizar su economía y sus relaciones exteriores, no debemos esperar una vuelta a la “vieja normalidad” anterior a Xi, definida por un mayor pragmatismo económico y unos lazos más amistosos con Occidente. Por el contrario, China está entrando ahora en una “nueva normalidad” posterior a la COVID, en la que el crecimiento seguirá siendo moderado y la geopolítica continuará siendo tensa.
En cuanto a la economía, puede que lo peor de las campañas reguladoras de Pekín haya pasado, pero sus efectos no van a invertirse. Las decisiones del gobierno chino en los últimos años han alterado fundamentalmente el equilibrio de poder industrial del país, de una forma que puede seguir poniendo un límite a su dinamismo económico.
¿Cómo afectará la “tarifa verde” de la UE al mercado chino del carbono?
También en política exterior, el ligero deshielo de las tensiones entre China y Estados Unidos desde la cumbre del G20 en Bali no equivale a una inversión del antagonismo que ha caracterizado la era Xi. No podría haber mejor ilustración de este hecho que la saga del “Balloon-gate” que ha estallado (literalmente) desde finales de enero.
Aunque está empezando a surgir más información, la ausencia inicial de hechos nos lleva de nuevo al juego de adivinanzas favorito de los observadores de China: ¿Por qué iba Pekín a lanzar un globo de vigilancia sobre la parte continental de Estados Unidos, cuando ya dispone de una extensa red de satélites? ¿Fue programado (o más bien mal programado) como preludio de la visita prevista del Secretario de Estado estadounidense Antony Blinken?
Pero ahora que los problemas de la COVID-19 y del Congreso del Partido están en gran medida resueltos, ¿será 2023 un año menos turbulento para la política en China?
¿O se trataba en realidad de un “dirigible” civil extraviado, utilizado con fines de investigación meteorológica, como afirma el gobierno chino? Entonces, ¿por qué se ha informado de avistamientos de globos similares en numerosos otros lugares desde 2017, incluyendo más recientemente sobre América Latina?
En cualquier caso, lo que inicialmente podría haber parecido un asunto inocuo se ha convertido en un importante punto de inflamación geopolítica. Pruebas más concluyentes de las actividades de espionaje de China causarían graves daños a la credibilidad internacional de Pekín. Las consecuencias del incidente también podrían suponer una nueva pérdida de prestigio para Xi tras los errores políticos del año pasado.
Por encima de todo, este episodio del globo muestra la posibilidad de que continúen las turbulencias en la política china en 2023. Sin duda, la eliminación de COVID-19 y las incertidumbres del Congreso del Partido deberían hacer que el Año del Conejo sea menos agitado políticamente que su predecesor Tigre. Pero si Pekín buscaba un buen augurio al comienzo de un nuevo ciclo lunar, el hundimiento de su globo parece cualquier cosa menos auspicioso.
Nota: El artículo fue publicado originalmente en inglés en The Diplomat. La reproducción del mismo en español se realiza con la debida autorización. Link al artículo original: https://thediplomat.com/2023/01/japan-looks-to-promote-a-hydrogen-society/
Es analista político y consultor de riesgos, y trabaja entre Pekín y Shanghai. Escribe sobre política y economía política chinas.