
El año nuevo chino empezó con turbulencia geopolítica. Antony Blinken, secretario de Estado de los EE.UU., estaba pronto a salir a Pekín.
Parecía que las dos grandes potencias económicas empezarían a acercarse luego de un tenso 2022. Pero el viaje se canceló abruptamente, debido al avistamiento de un globo chino sobrevolando instalaciones militares estadounidenses que albergan silos de misiles nucleares, en el estado de Montana.
La llegada de Blinken era vista con optimismo. Habría sido la primera visita de un alto funcionario estadounidense al gigante asiático en un lustro, luego de tiempos de escalada de tensión diplomática y comercial. La China Popular se encuentra irritada por el apoyo de EEUU a Taiwán, con reiteradas declaraciones del presidente Biden aseverando que defendería la soberanía de la isla. Además, el último fue un año de repetidas visitas de políticos estadounidenses de alto nivel a Taipei, incluida, en agosto, la de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.
El discurso de cierre de Xi Jinping en el 20° congreso del Partido Comunista Chino en octubre -que vio su consagración para un tercer mandato de cinco años (algo inédito y prohibido desde Mao)- no podía pasarlo por alto. Su condena fue amenazante: de ser necesario, China usaría la fuerza para lograr la unificación de la isla, que es considerada no más que una provincia rebelde. Las resoluciones del congreso no dejaban espacio a duda: China emprende un “decidido combate y freno de la independencia de Taiwán”, en pro de la reunificación y del respeto al principio de “un solo país, dos sistemas”.
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China confirmó que el dirigible era suyo, argumentando que se trataba de un globo civil para “investigación meteorológica”. Dice la nota oficial, “la parte china lamenta la entrada involuntaria de la aeronave en el espacio aéreo estadounidense por causas de fuerza mayor”. Para EEUU desde el primer momento se trató de un globo espía. Y para precautelar cualquier desenlace no deseado, esperó tres días a que llegue a las costas de Carolina del Norte, para derribarlo con un avión caza F-22 Raptor. China reiteró que era un globo meteorológico y calificó como “reacción histérica” el haberlo derribado. Sin embargo, no fue el único. El 11 de febrero Canadá derribó otro globo y Colombia se quejó de haber recibido en su espacio otro. China reconoció todos los globos eran suyos, incluido uno que estaba sobre Costa Rica.
Llama la atención que, si se trataba de un “desvío de fuerza mayor”, China no lo haya reportado a EEUU, evitando especulaciones. Sin embargo, reconoció el hecho solo cuando ya le habían “pillado”. Esto deja poderosas sospechas. Es difícil creer que se hayan desviado accidentalmente al menos cuatro globos en el territorio de influencia de EEUU (Norte, Centro y Sudamérica), uno de ellos, del tamaño de 3 autobuses, sobrevolando instalaciones militares del rival geopolítico.
Un globo vuela mucho más bajo que los satélites, por lo cual, con las herramientas apropiadas, puede enviar información mucho más certera. De hecho, dicen algunos expertos, un globo de estas características pasa inadvertido por los radares durante mucho tiempo y tiene la capacidad de interceptar comunicaciones de fuentes de otros países. Será difícil que China convenza al mundo que estos globos sufrieron un “desvío de fuerza mayor” mientras investigaban el tiempo; más aún con la reconocida vigilancia y censura que tiene China en su territorio, administrada por una sofisticada tecnología.
No obstante, esto no es nuevo. Las potencias geopolíticas están siempre espiándose; siempre. Y para ello hacen uso de las más sofisticadas herramientas, como los satélites. Vemos nuestras casas retratadas por Google Earth y nuestra fascinación por la tecnología nos impide pensar que nos están espiando. Tampoco hay que asombrarse de la reacción de los EEUU. ¿Qué habría hecho China si globos estadounidenses hubieran sobrevolado infraestructuras militares chinas? Pues exactamente lo mismo, sin discusión de por medio.
La llegada de Blinken era vista con optimismo. Habría sido la primera visita de un alto funcionario estadounidense al gigante asiático en un lustro, luego de tiempos de escalada de tensión diplomática y comercial
Pero esto se enmarca en un contexto más amplio. La pandemia, entre tantas otras cosas, hizo notar la enorme importancia de los semiconductores, comúnmente conocidos como chips. Hoy el mundo ya no se mueve gracias al petróleo, sino a los chips. Es fácil darse cuenta de que están en todo: para empezar, computadoras, tablets y teléfonos inteligentes, donde este mismo momento leen estas líneas. También en los automóviles, no solo en sus “cerebros electrónicos”, sino en radios y toda clase de accesorios; en refrigeradoras, lámparas, garajes automáticos, y, desde luego, en la tecnología de los proveedores de internet.
Huelga decir que los drones y las armas más sofisticadas necesitan de chips tanto más especializados, por lo cual la industria militar en este momento depende determinantemente de ellos. Esto es transcendental en la carrera hegemónica, tanto más ahora, visto lo de Ucrania. Y en la inteligencia artificial (IA), ni hablar. La IA será el elemento que más generará riqueza en el futuro. Según un informe de la propia Comisión de Seguridad sobre Inteligencia Artificial de EEUU, “China posee el poder, el talento y la ambición de superar a EE UU como líder mundial en IA en la próxima década si las dinámicas actuales no cambian”.
Está claro, la hegemonía geopolítica depende este momento, en gran medida, de los semiconductores.
EEUU y Holanda acaparan el diseño de microchips avanzados, y otros dos países prácticamente monopolizan su producción: Taiwán (la gran mayoría), con su gigante TSMC, y Corea del Sur, con Samsung. Este es un motivo adicional por el cual EEUU considera una posible invasión de China a Taiwán como desastrosa. Y es que lo sería para sus intereses. Hoy Taiwán controla el 65% del mercado mundial de microchips avanzados. Es decir, si China se apropiara de Taiwán, tendría, metafórica y pragmáticamente hablando, el poder de parar el mundo.
Es por ello que el eje del Asia-Pacífico sigue siendo la prioridad de EEUU.
En realidad, desde tiempos de Obama el desarrollo económico y tecnológico de China ya había sido identificado como la principal amenaza para EEUU. Mucho más hoy, a diez años del lanzamiento de la “Iniciativa de La Franja y la Ruta” (Belt and Road Initiative-BRI), del gobierno de Xi Jinping, una estrategia que busca conectar al gigante asiático con el resto de Asia, África, Europa y América Latina, a través de redes terrestres y marítimas. El objetivo es aumentar el flujo de comercio y servicios desde y hacia China, estimulando el crecimiento económico de los países que adhieren. Es una inteligente estrategia expansionista de China, que cuenta con una trillonaria inversión en infraestructura y préstamos. Hasta el momento, ya se habrían adherido 140 países, 22 de ellos de América Latina. Está claro que la influencia china en el mundo ha desequilibrado la balanza para EEUU.
Pero EEUU no está dispuesto a dar su brazo a torcer. Es en este contexto que se debe comprender la guerra comercial declarada por Trump a China, hoy recrudecida. En 2022, luego de dejar claro que defendería Taiwán, Biden lanzó una estrategia para fortalecer el Indo-Pacífico. Visitó a Yoon apenas posesionado como nuevo presidente de Corea del Sur, garantizando una alta inversión en semiconductores. Inmediatamente después fue a Japón, donde participó en el lanzamiento del Marco Económico del Indo-Pacífico para la Prosperidad, una estrategia para recuperar la influencia estadounidense en la región. El acuerdo marco cuenta, además de EEUU, con 13 miembros fundadores (Australia, Brunei Darussalam, Corea del Sur, Filipinas, Fiyi, India, Indonesia, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur, Tailandia y Vietnam). Este grupo de países representan más del 40% del PIB mundial.
Al mismo tiempo, EEUU ha desplegado una activa expansión diplomática. Luego de 30 años de ausencia, acaba de reabrir embajada en Islas Salomón. Y abrirá otras dos en Kiribati y Tonga. También reconocerá a las Islas Cook y Niue como estados soberanos. Esto además refuerza la estrategia del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral, conocido como Quad, una alianza entre EEUU, India, Australia y Japón, creada en 2007 con el objetivo concreto de frenar la influencia de China en la región. Por otra parte, en 2021 se creó el denominado AUKUS (acrónimo que combina las siglas en inglés de los países que forman parte: AU, UK, US), una arquitectura poliédrica de seguridad entre Australia, Reino Unido y EEUU, cuyo objetivo es defender los intereses compartidos de estas potencias en el Indo-Pacífico. Como respuesta, China le aplicó fuertes sanciones comerciales a Australia, que están en vigencia.
Y no es todo. El pasado octubre el gobierno de Biden impuso a todos los actores del sector de los semiconductores que hacen negocios con EEUU, una prohibición de venderle productos y servicios a China. Esto no es menor. Se tiende a pensar que todo, incluida cualquier tecnología, se puede fabricar o replicar en China. Pero no. El desarrollo de esa tecnología, incluso para un país avanzado tecnológicamente como es hoy China, le puede significar alrededor de una década. Así que Made in China 2025, el plan del gobierno de Xi Jinping de hacer que su país sea el más desarrollado del mundo tecnológicamente para ese año, es ya imposible de cumplir.
EEUU y Holanda acaparan el diseño de microchips avanzados, y otros dos países prácticamente monopolizan su producción: Taiwán (la gran mayoría), con su gigante TSMC, y Corea del Sur, con Samsung
Y no es la única pesadilla que tiene al presente el mandatario quizá vitalicio. En el frente interno, la política de Covid cero ha fracasado estrepitosamente y sus rígidos controles solo agudizaron la pandemia y los ánimos de la gente. Quizá desde 1989 no hubo manifestaciones tan encolerizadas, en tantas ciudades, contra las medidas draconianas del gobierno de partido único.
Al mismo tiempo, otros países, como la India y Vietnam, están promoviendo incentivos para atraer a grandes empresas, como Apple, para que relocalicen su producción, dejando de depender de China. India es la tercera economía de Asia (después de China y Japón), pero quiere ser la primera. Y la gigante taiwanesa TSMC está construyendo este momento una enorme planta de semiconductores en Arizona (EEUU), que empezará a producir chips de la más alta tecnología tan pronto como 2024.
Mientras esto ocurre, China perderá la corona de ser el país más poblado del mundo, desplazado por la India. Y este no es solo un dato demográfico, sino que representa un golpe para la economía china.
El panorama de momento no es el más favorable para el gigante asiático. Pero no hay duda de que no se quedará inmóvil. Quizá los globos de “investigación meteorológica” tomen sentido en ello. Como fuere, China ha enviado un mensaje a EEUU: “puedo llegar a tu territorio fácil y silenciosamente”. La planificación y de estrategia de China es siempre sigilosa y a largo plazo. No hay que olvidar la máxima de su extinto líder Deng Xiaoping, que reformó el sistema abriendo al país al capitalismo: “China debe esconder su fuerza y esperar el momento”. Esta historia continuará.
Profesor de estudios del Este de Asia en FLACSO-Ecuador. Docente del e-School Program para América Latina de la Korea Foundation. Ha sido investigador visitante en la Universidad de California Los Angeles (UCLA) y en la Universidad de Yonsei (Corea del Sur).
Autor de libros y artículos académicos en sus temas de experticia. Columnista de opinión en Diario La Hora, Ecuador.