El nivel de competición en la región Indo-Pacifico se ha visto incrementado en las últimas décadas teniendo como punto [público] de inflexión, respecto a la “dulce” relación que iniciasen Mao Zedong y Richard Nixon en 1972, el giro al Pacifico de los Estados Unidos de América (en adelante EE. UU.) anunciado por la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton durante la administración Obama en el año 2011.
A este giro en la política internacional norteamericana, que reducía la importancia concedida hasta la fecha al escenario atlántico para dársela al escenario del Océano Pacifico, respondió la República Popular China (en adelante China), con el anuncio de la iniciativa de La Ruta y la Seda.
China, como potencia en ascenso a la que se le presumía la posibilidad de discutir en algún momento de las décadas venideras el orden internacional liberal promovido por los EE. UU. como potencia dominante, fue identificada por éstos como una probable amenaza a la que había que contener, si bien evitando el conflicto directo en la medida de lo posible.
Los EE. UU. iniciaron un proceso de reordenación de sus capacidades militares en el Pacífico mientras dirigían sus programas armamentísticos a confrontar a una potencia tecnológicamente pujante soportada por una economía en continuo ascenso que contaba con un 20% de la población mundial. Los datos objetivos respaldaban las teorías del realismo estructural en cuanto al peso que suponían las capacidades materiales en el creciente temor de la potencia dominante generado por la potencia en ascenso y que Graham Allison denominó la “Trampa de Tucídides” (2017).
Si bien autores como John Mearsheimer ya habían advertido durante la década de los años noventa del siglo XX de la necesidad de limitar la colaboración tecnológica e industrial con un potencial futuro competidor global y altamente probable hegemon regional, las políticas norteamericanas continuaron potenciando la integración económica y una interdependencia que trasladaba a través de fuertes inversiones extranjeras directas tanto conocimiento técnico como estructura industrial, lejos de la soberanía o el control político de Washington.
La distensión entre ambas potencias ha continuado desde el giro al Pacífico, siendo aún mas visibles durante la Guerra Comercial iniciada por la administración Trump, a lo largo de la pandemia del covid-19 con acusaciones cruzadas sobre el origen y la responsabilidad del virus para con el mundo entero, tanto de su inicio como su expansión y, mas recientemente, el empuje norteamericano para desacoplarse de China. Pero siempre, teniendo presentes dos asuntos básicos en la narrativa norteamericana como son el respecto a los derechos humanos, asunto vital dentro de la agenda de las democracias liberales y fundamentalmente en la Región Autónoma de Xinjiang, y el asunto de Taiwán.
Se trata de una competición que, tomando en consideración toda la obra de Joseph Nye, se produce en cinco dimensiones a las que el Profesor Esteban Actis añade una sexta y que es paralela a un choque entre la forma de pensar de las élites políticas, en términos de juego de suma cero westfaliano, y el mundo empresarial acostumbrado a un mundo globalizado con fuertes interdependencias.
Como excelentemente describe el académico argentino, estas seis dimensiones serían: lo comercial como asunto “epidérmico”; lo tecnológico como asunto estructural; lo ideológico que, comparado con la importancia que tuvo durante la Guerra Fría, es simbólico en la actual situación; lo militar que se encuentra siempre latente, que apunta directamente a la seguridad y se desarrolla en un espacio geográfico concreto; lo financiero/monetario que se encuentra como el límite (fundamentalmente por lo que significa el dólar norteamericano para su economía) y lo ecológico como algo crítico y que apunta a la ‘destrucción mutua ecológica asegurada’.
En lo comercial y monetario, China se encuentra avanzando mediante la formalización de acuerdos con otros países a lo largo del globo. Sería el caso del aumento del número de miembros de los BRICs o el uso de su moneda, el RMB, en un mayor número de transacciones económicas a nivel internacional. Sin embargo, esta cuestión aun no es crucial en tanto en cuanto los datos demuestran que, a excepción de India, los socios comerciales que se han unido a los BRICs han sufrido un proceso de primarización evidente de sus economías frente a las ventajas notables de la industria manufacturera china. Por otro lado, para que el RMB sea una opción como moneda de referencia sería fundamental liberalizar el mercado de capitales chino.
Esta es una situación muy improbable en el corto-medio plazo para una economía fuertemente controlada y que se gestiona con parámetros distintos dentro de sus fronteras.
Por lo que respecta a lo tecnológico, existen ciertos sectores vitales para el dominio de las futuras tecnologías que permitan proponer nuevos estándares. Sin embargo, China aún presenta una fuerte dependencia en la transferencia de tecnologías de Occidente y la batalla por la innovación (medida en función del número de compañías más innovadoras del planeta, como ejemplo) sigue contando con la ventaja norteamericana. Este interés por desbancar a los EE. UU. (Occidente) tiene como ejemplos las propuestas gubernamentales “Made in China 2025” y “China Standards 2035”.
Sin embargo, el enconamiento en aspectos de seguridad y la situación de la economía china postpandemia pueden devenir en retrasos notables en ambas iniciativas.
La Iniciativa de la Ruta y la Seda, que presenta un evidente sentido comercial, es otra de las propuestas globales chinas que generó desde un inicio más cuestiones en las distintas administraciones norteamericanas. Como he dicho anteriormente, la presión recibida desde el Pacífico puso de manifiesto las debilidades y dependencias chinas en sus cadenas logísticas: tanto para la exportación de sus productos manufacturados como para la importación de materias primas y recursos.
La guerra comercial fue un evidente toque de atención norteamericano a las posibles pretensiones chinas por un mayor protagonismo mundial, pero per se no afectaban a los núcleos duros sobre los que se asienta el poder estadounidense. Cabría decir que los EE. UU. permitirían que China siguiese siendo su fábrica si abandonase pretensiones políticas de hegemonía regional.
En todo caso, el control de las fuentes de recursos energéticos o materias primas a lo largo del planeta se encuentra como otro objeto de plena actualidad en lo relativo a la confrontación de ambas potencias. Cuestión que es vista desde los EE. UU. como una intromisión en asuntos sobre los que consideran son domésticos como es Iberoamérica o de trascendencia geopolítica vital como África o la Antártida. Como ya he advertido anteriormente, este asunto es visto desde China como una necesidad por tener cierto grado de autonomía en el acceso a las fuentes y a las rutas logísticas que le permitan no encontrarse a expensas de cualquier represalia norteamericana o de sus aliados (igualmente importante para garantizar que sus productos llegan a destino a nivel mundial).
Para China, cualquier elemento que afecte al desarrollo económico del país terminará afectando a la posibilidad de traducir la riqueza económica en capacidades militares y, es por ello, que la asertividad del gobierno chino podría verse incrementada como ya sucedió durante la diplomacia de los “Lobos Guerreros”. Tampoco puede descartarse que se produzca un acomodamiento que mantenga a China en un segundo plano en la política internacional.
La cuestión ideológica es un aspecto que, en la presente situación, atiende más a la retórica y la narrativa que a un hecho diferencial fundamental en cuanto a la forma de entender o gestionar los asuntos internacionales o incluso locales (a nivel Estado). La competición por ganar las ‘mentes y los corazones’ es un hecho en el que China apuesta por presentar una sociedad basada en las enseñanzas provenientes del confucianismo y taoísmo y que, más allá de su entorno cercano, son de difícil aceptación en sociedades culturalmente tan distantes. La práctica empresarial y de inversiones de los últimos años, sobre todo en el Sur Global, tampoco ha ayudado a una percepción mas benévola respecto del supuesto distinto proceder de China como potencia, lo que al final está mermando la percepción como alternativa ideológica a la de los EE. UU.
La dimensión militar, a pesar del fuerte incremento en la capacidad de proyección de fuerza china, sigue encontrándose del lado norteamericano. Estos, con la disposición militar avanzada a lo largo del Pacifico cuentan con la ventaja de no actuar cerca de sus fronteras y, a pesar de los sonados retrasos y fracasos en sus nuevos desarrollos de sistemas de armas, siguen teniendo dos ventajas añadidas cruciales: se trata de un ejército en permanente ejercicio de su actividad en distintos teatros de operaciones y equilibra el conocimiento humano con la tecnología.
Diferente es el caso chino donde la experiencia de sus oficiales en el campo de batalla data de tiempos de la guerra fría y su enfrentamiento con Vietnam, apuestan por el uso masivo de las tecnologías, incluso en el proceso de decisión operativo, y, quizás el más importante, cabe esperar un elevado ‘síndrome del soldado Ryan’, por el cual la política de hijo único seguida por China durante años genera una dependencia extrema de la mayoría de las familias respecto de un único hijo que no debe perderse físicamente en aventuras exteriores de difícil justificación doméstica.
Esta dimensión de la competición se desarrolla en un lugar físico determinado donde los EE. UU. han situado sus necesidades de seguridad y que se encuentra frente a China, involucrando a la vez a números Estados de la región.
El espacio geográfico de la competición como reto para la seguridad internacional
Clave en la descrita competición entre ambas potencias es el espacio físico determinado y concreto que afecta directamente a China y que fue definido en 1951 por John Foster Dulles durante la Guerra de Corea al proponer rodear la Unión Soviética y China de bases navales a lo largo del Pacífico Occidental, tanto para facilitar la proyección de poder como restringir el acceso por mar a ambas naciones. En la actualidad, este espacio supone un cerco a la autonomía estratégica de China.
La Iniciativa de la Ruta y la Seda, que presenta un evidente sentido comercial, es otra de las propuestas globales chinas que generó desde un inicio más cuestiones en las distintas administraciones norteamericanas
De acuerdo con este concepto, fueron definidas tres cadenas de islas a las cuales cabría añadir otras dos actualmente en discusión. La Primera Cadena de Islas se define como aquella que comienza en las Islas Kuriles, discurre a través del archipiélago japonés, las islas Ryukyu y Taiwán, la parte noroeste de Filipinas (particularmente Luzón, Mindoro y Palawan) y termina en Borneo. Antes de la Guerra de Vietnam se extendía a la isla Spratly y la costa sur de Vietnam. Esta cadena sirve como frontera marítima entre el Mar de China Oriental y el Mar de Filipinas, Mar de China Meridional y Mar de Sulu.
La Segunda Cadena de Islas es comúnmente entendida como aquella formada por las Islas Bonin y las Islas Volcán de Japón, además de las Islas Marianas (en particular Guam), las Islas Carolinas Occidentales (Yap y Palau) y se extiende hasta Nueva Guinea Occidental. La cadena sirve como límite marítimo oriental del Mar de Filipinas.
La Tercera Cadena de Islas concluye, por ahora, la estrategia norteamericana de cerco a China. Comienza en las Islas Aleutianas y corre hacia el sur a través del centro del Océano Pacífico hacia Oceanía, a través de las Islas Hawaianas, Samoa Americana y Fiji, para llegar a Nueva Zelanda. Hay que resaltar que Australia sirve como elemento básico entre la segunda y la tercera cadena y de ahí su importancia en el AUKUS.
Dos hospitalizados por exposición a líquido radiactivo en la central de Fukushima
Este es un asunto vital para China, la cual se encuentra rodeada de numerosos vecinos con los que tiene, de algún modo, algún tipo de disputa. China encuentra su salida al mar taponada, mientras que sus fronteras físicas suponen una barrera natural de desiertos y montañas. El cerco estratégico llevado a cabo por las fuerzas armadas norteamericanas encuentra su punto de máxima tensión en Taiwán, al ser el primer obstáculo que permitiría a China romper el cerco de la Primera Cadena de Islas. Como paréntesis, cabe decir que China, a pesar de la narrativa occidental, se encuentra buscando una solución negociada desde hace años que incorporaría formalmente la isla a la Nación China (中华) de la misma forma que lo hizo con las Regiones Administrativas Especiales de Hong Kong y Macao y que, este proceso, lo lleva de la mano del Partido Kuomintang en la isla con el que el Partido Comunista Chino tiene una comunicación directa.
En números, este espacio geográfico supone el 60% de la población mundial con cuatro mil trescientos millones de personas y cerca del 45% del PIB mundial. Se trata de una región con potencias globales como China o India, potencias regionales como Corea del Sur, Japón o Australia, potencias medias con relativa autonomía como Filipinas, Vietnam, Indonesia o Tailandia, otras potencias menores y un conjunto de pequeños Estados en la Melanesia, Polinesia y Micronesia.
El equilibrio de poder mediante alianzas como estrategia posible
De acuerdo con Glenn Snyder (1997), las alianzas militares [formales] representan la forma más confiable y efectiva de cooperación multilateral en materia de seguridad porque incluyen “elementos de especificidad, obligación legal y moral y reciprocidad que generalmente faltan en alineamientos informales”. Si bien hay que tener en cuenta que, para autores como Graham Allison (2018), puede ser una alternativa poco recomendable por las señales que se emiten, alimentando la Trampa de Tucídides, mientras que para el realismo defensivo es una estrategia de contención en la que varios Estados defensivos aúnan sus fuerzas.
Asumiendo las tesis básicas del realismo estructural, la estructura del sistema político internacional está definida por lo que los Estados hacen. El objetivo fundamental de los Estados no es maximizar poder sino conseguir o maximizar su seguridad garantizando su supervivencia en un entorno caracterizado por la anarquía. Como línea común del realismo clásico (que ha vuelto a ser incorporado por autores neoclásicos), el egoísmo se encuentra enraizado en la naturaleza humana y donde, aunque pueda darse el altruismo bajo ciertas condiciones, aquel prevalecerá. Así mismo, destaca la centralidad del poder en tanto que se trata de coaccionar o hacer que el otro actúe según la voluntad propia, existiendo una interacción entre poder social y material donde el uso potencial del poder material es clave en un mundo anárquico.
La supervivencia y la seguridad se alcanzan a través de incrementos de poder en un juego de equilibrios que han de disuadir a potenciales agresores denominado ‘equilibrio de poder’ y donde, en última instancia, la guerra es una acción que previene a Estados competidores de convertirse militarmente más fuertes. Dicho todo lo anterior, egoísmo junto con el estado de anarquía contribuyen al paradigma conflictivo de las RRII.
Este equilibrio de poder, por el cual uno o varios Estados contrapesan la fuerza creciente de otro Estado o bloque de Estados, puede llevarse a cabo mediante el equilibrio interno (aumento de capacidades o emulación de las prácticas exitosas de otros Estados) o externo (alianzas o debilitamiento de las contrarias).
De entre las opciones descritas, cabe profundizar en el equilibrio externo mediante alianzas o el debilitamiento de las contrarias como opción de ambas potencias (y que sería una variable dependiente de un futuro estudio) debido a: La geografía de la región cuenta con importantes choke-points y numerosas islas-estado que, unidos al paralizador efecto del mar (Mearsheimer, 2001), complican la proyección de fuerza de ambas potencias y, por otro, presenta numerosos Estados con muy distintas capacidades materiales, distintos conceptos de la amenaza y diferentes autonomías estratégicas. Lo descrito podría facilitar la adopción de una estrategia basada en alianzas, si bien la disposición previa a adoptar este tipo de estrategia, sugiero, dependerá de algún modo de la cultura estratégica del Estado en cuestión.
En el caso norteamericano, se trata de una estrategia consolidada en su proceder, actuando como equilibrador de ultramar intentando evitar la aparición de hegemones regionales. El ejemplo más conocido es el de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que, a falta de concretar el papel que India tenga en el Quadrilateral Security Dialogue (QUAD), pretende servir de referencia en el escenario del Indo-Pacífico para el acuerdo Australia-United Kingdom-United States (AUKUS), cuyo carácter tiene connotaciones ofensivas. Puede observarse que los EE. UU., desde su primera aparición en el escenario internacional con su participación en la Primera Guerra Mundial negándose a integrarse en la Triple Entente, hasta la Guerra de Afganistán (liderando la alianza militar más longeva del último siglo en una región muy distante del área para la cual fue constituida) han ido modificando su estrategia en lo relativo a la conformación o participación en distintas alianzas.
En la región donde se desarrolla el conflicto actual, los EE. UU. mantienen vigentes pactos de defensa mutua con Filipinas (desde agosto de 1951), Corea del Sur (desde octubre de 1953) y Japón (desde junio de 1960), así como acuerdos de cooperación en materia de defensa desde julio de 1947 con Palau, Islas Marianas e Islas Marshall, posteriormente en 1996 con Australia (reforzado con el actual AUKUS), con Indonesia desde 2015, Micronesia desde febrero de 2023 y se encuentra negociando con Papua Nueva Guinea.
En el caso chino no parece ser la estrategia preferida hasta el momento, habiendo apostado por el programa naval que les permite ya hoy disponer de la mayor flota de aguas azules del mundo con 340 buques de guerra, pasando en muy poco tiempo de ser una armada de aguas verdes a disponer de capacidades de proyección de fuerza oceánicas. Esta aparente [histórica] ausencia de interés se ha visto recientemente alterada con el acuerdo secreto con las Islas Salomón y que situaría (no es público el detalle del alcance del acuerdo) el poder militar chino más allá de la tercera cadena de islas.
Para Resnick y Sworn, las razones detrás de tan distinta preferencia por las alianzas se encontrarían en la que denominan ‘alergia a las alianzas’ de la potencia en ascenso y que parece encontrarse entre una de las razones por las que los EE. UU. no empezaron a usarlas hasta entrada la Segunda Guerra Mundial. Esta ‘alergia’ se justificaría en base a la suma confianza en su capacidad para lograr por sí solos sus amplios objetivos internacionales siendo reacios a tener compromisos.
Desde su constitución, la RP China sólo ha formalizado dos alianzas reconocidas: una con la Unión Soviética en 1950 y otra con Corea del Norte en 1961. En 1982 adoptó una política exterior de paz ‘independiente y autosuficiente’ y, años después, en boca del presidente Jiang Zemin, asumió que el país no iba a entrar en alianza con ningún país o grupo de países no uniéndose a ningún bloque militar.
Desde China, la explicación se fundamentaba en base a cuatro puntos: Las alianzas pueden atrapar a sus signatarios en guerras innecesarias; China tiene pocos aliados viables porque la mayoría de los estados vecinos son militarmente débiles; la creación de alianzas con China puede aumentar las tensiones regionales y llevar a los estados vecinos a oponerse y, por último, las alianzas son incapaces de abordar las amenazas de seguridad no tradicionales.
Si bien, otras razones muy distintas podrían ser: En primer lugar, la extrema confianza en su habilidad para generar unilateralmente las capacidades militares necesarias para derrocar a la potencia hegemónica en relativo declive y, en segundo lugar, una potencia en ascenso también se esforzará por evitar hacer ‘dolorosos’ compromisos ex ante con sus aliados en cuanto al orden internacional que buscan imponer una vez alcanzada la hegemonía regional o global.
En el caso norteamericano, se trata de una estrategia consolidada en su proceder, actuando como equilibrador de ultramar intentando evitar la aparición de hegemones regionales
De acuerdo con lo dicho, la posible alianza que se anuncia desde hace varios años dentro de la narrativa occidental entre la Federación Rusa y China sería un ejemplo de algo improbable ya que, de buscar aliados, estos deberían ser mucho más débiles dado el menor rol que estos pretenderían jugar en el futuro nuevo orden. Algo que si encajaría con el ‘aparente’ acuerdo con Islas Salomón.
Otro ejemplo de alianza que no termina de formalizarse es la ya existente relación militar con Pakistán. A pesar de las numerosas adquisiciones pakistanies de material militar proveniente de China (que han aumentado la interoperabilidad de ambos ejércitos), la realización de numerosos ejercicios conjuntos y el creciente intercambio de miembros de ambas fuerzas armadas, la alianza aún no ha sido formalizada. La razón parece deberse a puntos de fricción y pasos en falso dados por China. De hecho, la formalización de una alianza con Pakistán en este momento es muy probable que empujase a India a adoptar un rol mas destacado en el QUAD abriendo un frente añadido, mucho mas lejos de sus fronteras, a la necesidad básica de China de solucionar su problema en el Pacífico, por lo que no parece una opción viable per se en este momento.
La cultura estratégica como moldeador de las opciones posibles
La investigación citada en el capítulo anterior referente a la ‘alergia a las alianzas’ contiene explicaciones, tanto en cuanto al comportamiento de potencias en ascenso como las seguidas por los hegemones, que tienen una relación directa con otro concepto que para la investigación propuesta sería la variable interviniente, esto es: la cultura estratégica (Ripsman, Taliaferro, & Lobell, 2016).
En la investigación se alude a conceptos como ideología, destino o, el más destacado, que atiende a la visión que las elites tienen de la propia nación en ascenso. Todo ello apunta en la dirección de la cultura estratégica como un elemento conformador del conjunto de opciones que el Estado puede llevar a cabo y que choca con las premisas del realismo estructural en cuanto que, en principio, no respondería a la racionalidad de los Estados en su política exterior.
Habiendo sido acuñado por un realista como Jack Snyder en su libro de 1977 ‘The Soviet Strategic Culture: Implications for Nuclear Options’, de acuerdo con la investigación de Johnson de 2021. ‘Strategic culture in the service of strategy: The founding paradigm of Colin S. Gray’, es un concepto que desafía el presupuesto de racionalidad del que hacen uso los Estados dentro del realismo. Esta afirmación eludiría, junto con esta racionalidad (cálculos racionales) y en distinto grado según el autor, el reconocimiento del realismo de elementos no materiales como la incertidumbre [sobre las intenciones] y la percepción [sobre aspectos materiales].
Por otro lado, si bien no existe una definición consensuada dentro de las tres grandes generaciones representadas por Jack Snyder, Collin S. Gray y Alastair Iain Johnston, la forma en la que se entiende la guerra o las alianzas, cómo se justifica o se hace el uso de la fuerza o el necesario proceso histórico para su desarrollo parecen ser transversales en todos ellos.
Para Charles Glaser en ‘Realists as Optimists: Cooperation as Self-Help’, de 1994, y Craig Greathouse en ‘Examining the Role and Methodology of Strategic Culture’, de 2010, se trata de un limitador de opciones disponibles para el uso de la fuerza dentro del sistema, puede favorecer la consecución de alianzas o acuerdos de cooperación o influir en el equilibrio de poder, en el dilema de seguridad o en la evaluación de las variables ofensivas-defensivas.
Se trataría por tanto de una variable interviniente que, en lo que respecta a la formación de alianzas, podría tener como ejemplos la histórica animosidad entre Japón y Corea del Sur y como afecta al proceder en cuanto a la alianza con los EE. UU. Pero que también ha servido para analizar la idiosincrasia específica en otros planos como el de la disuasión en el caso chino que fue realizada por Shu Guang Zhang en 1992 bajo el título ‘Deterrence and China’s Strategic Culture’.
De entre la variedad de definiciones, recojo la mas operacionalizable del citado Jonhson de 2021 como: “… aquel conjunto de creencias compartidas, asunciones y modos de comportamiento, derivados de experiencias comunes y narrativas aceptadas, que configuran la identidad colectiva y las relaciones con otros grupos y que determinan los fines y medios apropiados para conseguir los objetivos de seguridad”.
Conclusión
Se observa la necesidad de dar una respuesta teórica a la capacidad que tiene la variable cultura estratégica de un Estado para explicar la formación o no de alianzas. Al igual que se visualizó un cambio de estrategia en lo concerniente a las alianzas de los EEUU desde su participación en la Primera Guerra Mundial hasta la Segunda, la formalización del acuerdo con Islas Salomón supone, respecto a su estrategia previa, un hito para China que le sitúa más allá de la Segunda Cadena de Islas, si bien aún tiene que ‘romper’ el cerco de la Primera que, de suceder, debiera ser mediante un acuerdo con Taiwán.
De forma paralela, surgen otras cuestiones teóricas como pudiesen ser: asumiendo que el ambiente (sistema internacional) es determinante ¿cómo éste es tamizado por dicha cultura estratégica?; admitiendo que la cultura estratégica puede cambiar en el tiempo ¿es ésta la que se adecua a las circunstancias o las circunstancias son provocadas por aquella?; en escenarios con un evidente efecto paralizador del mar ¿la consecución de alianzas se encuentra facilitada o, por el contrario, es menos probable?.
En definitiva, parece necesario ser capaces de anticipar o prever cambios o su ausencia en el proceder de ambos competidores globales centrados en un escenario de conflicto delimitado entre las tres cadenas de islas. El escenario geográfico del conflicto va a situarse entre los principales debates de, al menos, las próximas dos décadas. Por ello, profundizar en el conocimiento sobre el proceder de los dos principales Estados implicados, simulando posibles escenarios, es una aportación que ha de reclamarse al mundo académico de las Relaciones Internacionales.
[1] Fundamentalmente en las relaciones entre China y su entorno. Por ello y por el momento, no adoptare la terminología Indo-Pacifico o Asia-Pacifico.
[2] El presidente Xi anunció originalmente la estrategia como el «Cinturón Económico de la Ruta de la Seda» durante una visita oficial a Kazajstán en septiembre de 2013. En la actualidad se denomina Iniciativa de la Ruta y la Seda (en inglés One Belt One Road y en chino 一带一路).
[3] Para más detalle sugiero la publicación “Offensive for defensive: the belt and road initiative and China’s new grand strategy” del profesor Wang Yong de 2016.
[4] Ver https://www.visualcapitalist.com/ranked-the-most-innovative-companies-in-2021/. Sumando el bloque occidental mas Corea del Sur y Japón, se trataría de 35 compañías frente a 5 chinas.
[5] Ver “Un modelo de análisis geopolítico para el estudio de las relaciones Internacionales” de Javier Jordán, publicado en 2018 https://www.ieee.es/contenido/noticias/2018/02/DIEEEM04-2018.html
[6] Investigación titulada “China and the ‘Alliance Allergy’ of Rising Powers” elaborada por el Profesor Evan N. Resnick y la doctoranda Hannah Elyse Sworn pendiente de revision por el Cambridge Review of International Affairs y cuyo avance se encuentra en War on the Rocks del 30 de mayo de 2023: https://warontherocks.com/2023/05/china-and-the-alliance-allergy-of-rising-powers/
[7] Para mas información al respecto incluyo el informe del Doctor Sameer P. Lalwani del The United States Institute of Peace del pasado 22 de marzo de 2023: https://www.usip.org/sites/default/files/2023-03/sr-517_threshold-alliance-china-pakistan-military-relationship.pdf