Un monumento de Martín Rodríguez vigila la ciudad de Tandil desde las alturas del Parque Independencia. Cuando esta figura política y militar se dispuso a fundarla en 1823 – en medio de confrontaciones con los pueblos originarios, e intrigas propias de los tiempos tempranos de la conformación del territorio argentino – seguramente no imaginaba el interés por visitarla que se generaría a futuro. Eran épocas turbulentas, y el concepto que hoy conocemos como “turismo” no aparecería sino hasta el establecimiento de una clase media, la pacificación de territorios y el desarrollo del transporte a nivel mundial.
Pero vayamos al hoy. Debido a su relativa cercanía con la ciudad de Buenos Aires (aproximadamente 350 kilómetros hacia el sur por carretera), su variedad de quesos y salames de especialidad, y la tranquilidad que inspiran sus sierras, Tandil se ha convertido en un destino de escapadas favorito entre los “porteños”.
Sin embargo, hay otro tipo de turismo que sus calles sugieren silenciosamente y que, con sorpresa (o no tanto) importa elementos y simbología del otro lado del mundo: en su portfolio de arte urbano, Tandil alberga al menos 15 murales que hacen referencia a obras icónicas de la animación japonesa o anime. No se trata de trabajos aislados, inconexos y de pobre ejecución. Hay una atención puesta en el detalle, y en su variedad y cantidad queda en evidencia un metamensaje.
De salamines y arte urbano
“La verdad es que el tema de los murales llama mucho la atención al turista”, explica Camila Calderón (alias CEB), una de las artistas responsables de las obras. “Soy porteña, pero hace siete años que estoy viviendo en Tandil. Me mudé con el fin de poder hacer crecer este movimiento artístico en la ciudad. Tandil tiene muchas características que hacen esto posible, como la seguridad de sus barrios, la calidez de los vecinos, el poder dejar tus pinturas sin que nadie te robe… Y así empecé de a poco. Los murales empezaron a crecer, la gente se empezó a entusiasmar cada vez más”.
El camino de Camila en el arte comenzó a los 7 años asistiendo a un taller particular de pintura sobre cuadros. “Los cuadros son muy difíciles de comercializar, es muy difícil ingresar al circuito de las galerías ya que son muy cerradas, hay que tener contactos, y no es mi caso. Con los murales encontré una posibilidad de darme a conocer, de salir del encierro de mi taller particular en mi casa y de poder tener contacto con la gente, con el espacio público, con los vecinos, con el transeúnte. Las paredes me dieron la posibilidad de salir y mostrar las cosas que puedo hacer”.
Y si bien coincide en que los murales pueden ser otro elemento que aporte a la oferta de actividades para realizar en Tandil, confiesa que “a nivel municipal todavía no se dan cuenta del potencial que tiene la ciudad con respecto al arte urbano. Yo recibo muchos mensajes de turistas, me etiquetan en publicaciones, me escriben en el Instagram, se sacan la foto. Hoy yo me atrevo a decir que Tandil es una de las ciudades más pintadas de la República Argentina”, sentencia.

Nostalgia nipona en clave de mural
Existe un género dentro del anime y manga japonés conocido como slice of life (“recortes de la vida”). Se trata de historias donde se retratan situaciones asociadas a la ingenuidad y descubrimiento del primer amor propios de la adolescencia. Aquel momento previo a cargar con las responsabilidades de la adultez. Gran parte del público consumidor de este género también son personas ya adultas que se ven interpeladas por una fuerte sensación de nostalgia por ese tiempo que fue – al menos en apariencia – algo perfecto, y que ya no volverá. Esta misma sensación de nostalgia parece ser la que conmueve a quienes se encuentran con las obras de anime en las paredes de Tandil.
Este concepto no le es ajeno a los artistas. Aunque pinta múltiples estilos, Camila afirma que “el tema del anime lo hice porque siempre me gustó. Por ejemplo, empecé a pintar las series viejas como Sailor Moon o Sakura Card Captor y noté que a la gente le remitía a su infancia, le traía muchos recuerdos y se enganchaba mucho, porque les hacía acordar a su niñez. Me movilizó ver cómo llegaban esas imágenes a las personas”.
Gonzalo Llanos (alias MoneCB) también se sintió atraído por series animadas de antaño. “Empecé pintando gratis por amor, por placer, pensando que algún día podía llegar a ser autodidacta creando dibujos en las calles”, cuenta el responsable de los múltiples caballeros del zodíaco que custodian las calles tandilenses. “Hoy en día pinto anime ya que soy un gran fan de Dragon Ball. Con el tiempo descubrí más animes que me inspiraron y pasé a pintar Saint Seiya. Me gustaban mucho los signos del zodíaco y la historia que presenta Masami Kurumada, su creador”.
Dragon Ball y Saint Seiya (o Los Caballeros del Zodíaco), se emitieron en Japón en 1986. Junto a Sailor Moon y otros títulos, llegaron a la Argentina a mediados de los ’90 y se convirtieron en los pilares de la incipiente comunidad otaku local.

Turismo anime, un potencial con desafíos
Aunque a los no versados la posibilidad de pensar en un tipo de turismo basado en anime podría resultar, al menos, curiosa (sino bizarra), en realidad no es algo descabellado. Japón es, desde años, un destino aspiracional para los millones de fanáticos de anime y manga en todo el mundo. Desde que el gobierno japonés oficializó la promoción de sus industrias culturales bajo el branding Cool Japan a mediados de los años 2000, ser otaku (término que identifica al fanático de manga y anime) dejó de ser una etiqueta vergonzosa asociada a un sujeto incomprendido y antisocial, para entenderse como un símbolo de identidad… y también de consumo. El “turismo anime” es una realidad que ya se ha instalado en Japón hace años, y que colabora activamente con su economía.
“Muchas veces me han escrito de otras ciudades, y si un fin de semana estoy tranquila en mi casa hago recorridos de buena onda. He llevado a mucha gente a hacer tours de arte urbano, a sacarse las fotos, los llevo por el barrio de monoblocks, los llevo a todos los murales de anime, pero como una iniciativa mía”, comenta Camila.

Al aun escaso apoyo municipal a esta nueva propuesta turística, Camila menciona también las dificultades propias de la profesión del muralista, asociadas a la compleja situación económica que atraviesa el país. “Hemos hecho muchos proyectos autogestivos, como por ejemplo en el barrio de los monoblocks de Perón y Juan B. Justo. Ese es un proyecto que encaré sola, sin ayuda de la municipalidad. Me compré mis propios andamios y pintura. Ser muralista es un trabajo sumamente sacrificado, somos pocos, y mujeres muchísimas menos. Hay que soportar temperaturas bajo cero, que las manos duelan, y también manipular los hierros, armar cuatro cuerpos de andamios, estar sola para subir y bajar tablones que pesan 40 kilogramos cada uno, y mover los materiales de una punta de la ciudad a la otra. Es muy importante que esta cuestión cambie y que podamos contar con el apoyo que realmente se merece este movimiento”, expresa.
Gonzalo también menciona que “en el arte urbano de Tandil somos muchas personas con mucho talento, pero creo que hay poca unión entre artistas”. En su caso, destaca la importancia de la música como otro elemento estrechamente ligado al movimiento: “Tengo una banda, CONTRABANDO CREW, con la que hacemos rap, break dance y grafiti desde el 2005. Gracias a ellos y a mi familia pinto y soy una persona que hoy regala su arte de manera independiente a los vecinos de Tandil y otras ciudades”.
A pesar de los obstáculos, lo cierto es que parte de la promoción ya está en marcha, impulsada en gran medida por los fans que, caminando por las calles tandilenses, se han visto sorprendidos y decidieron marcar en aplicaciones como Google Maps las locaciones de gran parte de los murales de anime.
Así empezó también en Japón el anime seichi junrei (peregrinaje de anime), hasta que el gobierno decidió prestarle un poco más de atención. El primer paso ya está dado, y mientras, es posible disfrutar de esta alternativa pop en la ciudad de las sierras.
Licenciada en Estudios Orientales (Universidad del Salvador). Especialista en Relaciones Públicas. Cuenta con una diplomatura superior en Educación, Imágenes y Medios (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales). Tiene una Maestría en Industrias Culturales, Política y Gestión (Universidad Nacional de Quilmes). Es profesora de la clase sobre Japón en la materia Procesos Interculturales, de la Maestría de Diversidad Cultural (Universidad Nacional de Tres de Febrero). Imparte cursos de capacitación sobre historia, cultura y protocolo de China, Corea y Japón (Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco).