Myanmar (o Birmania) siempre fue conocida por su jade. No son pocos los historiadores que afirman que en la antigua China el jade era más valioso que el oro mismo.
La piedra traslúcida, y de un verde tan único que dicho patrón cromático es conocido justamente por el nombre de la piedra en cuestión, ha sido explotada en Myanmar desde antes de la llegada de los imperios europeos y, en su momento, moldeó la estructura social de los pueblos de esa región y su relación con las potencias vecinas: China y los reinos de la India.
En la región conocida como Kachin, en el noroeste de Myanmar, frontera con China, y más precisamente en Hpakant, es donde se encuentran los yacimientos más grandes de dicho material. El jade que se puede extraer en esa región es catalogado, por su traslucidez y color, como el jade de mayor calidad del mundo. A esto se le suma que Myanmar es la mayor productora de jade del mundo seguido por Guatemala, aunque este último no compite en calidad.
A quien le interese, existen estudios explicando el porqué de las condiciones geológicas especiales de ese rincón del mundo que son claves para la traslucidez irrepetible del jade de Kachin. Por decirlo de algún modo, el jade de Myanmar en general y el de Kachin en particular es simplemente único en el mundo; simplemente el mejor y más codiciado.
El jade, además de un material para la manifestación artística de escultores de todo el mundo, quienes trazan en la piedra birmana rasgos de su propia cultura, también es una forma de preservar el valor económico. El precio del jade siempre fue in crescendo y su precio aumenta aún más si éste fue esculpido (y ni hablar si el escultor es de renombre), por ende no es de extrañar que en tiempos de incertidumbre económica, donde prácticamente todas las monedas del mundo se están devaluando en mayor o menor grado, el jade sea una forma de resguardar el capital.
Esto conlleva un aumento de su demanda y por consiguiente un aumento de su precio y, como en una espiral, el aumento de su demanda para fines de resguardo económico. Si en el pasado, la explotación del jade había moldeado la estructura social de los pueblos que habitaban Kachin y la actual Myanmar, hoy en día, y con un modelo de explotación más intenso, lo hace aún más.
No es de extrañar que la producción de jade sea una de las principales actividades económicas de Myanmar. A saber que en 2019 el 39% del PBI de Myanmar provenía de dicho negocio.
Para quien sea un lector habitué de Reporte Asia o tenga cierto grado de conocimiento sobre Asia sabrá que Myanmar también es conocida últimamente por dos cosas: El golpe de Estado de 2021 y las guerras étnicas.
En efecto, la población de Kachin también son una etnia, y no se limitan a ello: Son un Estado de facto. Desde comienzos de los años ’60 existe una facción política que busca su independencia total de la región la cual cuanta con un brazo armado: Ejercito Kachin para la Independencia, KIA, por sus siglas en ingles. Éste ejercito étnico, el cual cada tanto se anota alguna pequeña victoria contra el tatmadaw (Fuerzas Armadas de Myanmar) como emboscadas o el derribo de algún helicóptero, obtiene su financiamiento de la explotación y tráfico de jade.
Esta región no sólo tiene los principales yacimientos de mayor calidad, Tanai y Hpakant, sino que también es lindante con el principal comprador de dicho material: China. También podría decirse que, en tanto puedan mantenerlas en su poder, las rutas hacia china son un recurso económico más de la guerrilla puesto que por allí pasa también el tráfico de rubíes, madera e, incluso, fauna salvaje.
La guerrilla controló durante mucho tiempo la mayoría de los yacimientos y con ello el negocio del jade en sí. Hasta 1988, el Tatmadaw no estaba inmiscuido en el negocio de las minas de jade pero, como actor político, social y económico —casi una casta en si misma dentro de Myanmar—, no tardó en desear poner sus manos en tan valioso recurso.
En 1988, tras el golpe de Estado, el Tatmadaw atacó e intentó ocupar con relativo éxito Tanai y Hpakant, logrando controlar las zonas urbanas, mientras que las montañas, donde se encuentran los yacimientos, quedaron bajo control de las guerrillas. Si bien no controlaba los yacimientos si controlaba el sitio donde se encontraba el principal mercado de jade. El Tatmadaw logró poner su pie en el negocio y desde entonces fue por más.
Con el alto el fuego de 1994, un conglomerado de compañías mineras controladas por el Tatmadaw (con esposas e hijos de altos mandos dentro de la gerencia de dichas compañías) se instaló en la región de Kachin, en especial Hpakant. Poco a poco fueron controlando algunos yacimientos y, mediante acuerdos a fin de preservar la paz, las compañías controladas por el Tatmadaw consiguieron prioridad para explotar los mejores yacimientos.
No es de extrañar que la producción de jade sea una de las principales actividades económicas de Myanmar. A saber que en 2019 el 39% del PBI de Myanmar provenía de dicho negocio
En 2015, con la llegada de Aung San Suu Kyi a la presidencia (una presidencia con capacidades muy limitadas, un cupo de militares fijo en el parlamento y una junta militar en las sombras marcándole los límites), se realizó un acuerdo de paz. Dicho acuerdo incluía una repartición de las zonas de explotación minera entre las compañías controladas por el Tatmadaw (le recuerdo al lector que el Tatmadaw es el Ejército y demás armas pero que actúa como un grupo social en sí mismo con sus propios intereses económicos y políticos) y las diferentes guerrillas que operaban en el país.
De aquella repartija el Tatmadaw se quedó con 330 acres, las mejores tierras, explotadas en buena parte por la Kyaing International Gem; compañía dirigida por el hijo del Gral. Than Shwe, quien gobernó Myanmar hasta 2011. Entre los kachin se repartieron 624 acres los cuales fueron repartidos entre 39 organizaciones políticas de esa región las cuales operaron bajo 64 compañías mineras diferentes.
Otra guerrilla metida en el asunto del jade, el Ejercito Unido del Estado Wa (UWSA siglas en Ingles) también recibió algunos acres para explotar. En este caso se caracterizan por estar asociados a capitales chinos. La explotación de Jade, dato importante, está prohibida para los extranjeros por lo que todo inversor externo debe de asociarse con alguna de las organizaciones antes mencionada. El UWSA, con menos poder en la zona, consigue fondos mediante dicha asociación. Varias compañías mineras ‘privadas’ tienen relación directa o indirecta con las organizaciones de la etnia Wa.
Se gestó sí una especie de convivencia entre las guerrillas y el Tatmadaw. El jade fluía por el mercado formal e informal. Desde los puestos de venta en Hpakant hasta los puntos de venta en China. Todos abarrotados de compradores con linternas en mano las cuales usan para evaluar la calidad de la pieza, ya sea pulida o en bruto.
En medio de esta convivencia —que ya se ha roto con el golpe de Estado— un particular entramado social moldeado por el modelo explotación minera. Le había señalado al lector que el negocio del jade había moldeado a la sociedad en Kachin, pues el tejido social se ve atravesado por un sistema de explotación (mal)llamada “minería artesanal” como bien pudo observar un estudio del International Growth Center (IGC) en 2019.
La minería artesanal consta de una riada de gente —literalmente—, los Yay Ma Say o “mano de pico”. Estos mineros ingresan en los yacimientos controlados por las compañías y se apelotonan en las zonas de vertederos donde los enormes camiones de las compañías mineras llevan el material descartado. Allí sin más, mientras el material de descarte se desliza sobre una pendiente muy empinada hasta la fosa donde se acumula, un ejército de estos mineros artesanales corre, cuales gaviotas sobre los pesqueros, a fin de poder agarrar entre las piedras del descarte alguna pieza de jade perdida.
La gran mayoría de los mineros artesanales son migrantes de las regiones de Arakan y el centro de Myanmar, en especial la región de Sagaing. Muchos de estos migrantes abandonaros esas regiones a causa de la pérdida de su fuente de trabajo original a causa de la expansión de la agricultura extensiva aunque, buena parte de ellos también viajaron con la promesa de enriquecerse rápidamente. El trabajo es arduo y a menudo continúa de noche. El informe del IGC señala con lujos de detalles los bemoles de este tipo de explotación y cómo altera la demografía; a saber que si bien Kachin es la región más rica de Myanmar lo es también con la mayor marginalidad.
La mayoría de los migrantes no cuentan con ningún tipo de indumentaria ni material para encarar la tarea por lo que dependen del financiamiento de algún Law Pan o “Jefe”, personas con cierto capital que financian, o más bien patrocinan, a los mineros entregándoles herramientas (picos, linternas y baterías), vituallas y en la mayoría de los casos también alojamiento.
Los law pan son, incluso en estos tiempos de guerra casi total, una parte clave del modelo de explotación del jade en Kachin. No sólo son los patrocinadores y reclutadores de la gran masa de trabajadores que complementan las tareas de extracción sino que, además, son el intermediario entre el minero y los mercados tanto en el interior de Hpakant como fuera de él.
Son los law pan quienes consiguen los permisos para que los mineros artesanales que ellos reclutan puedan ingresar en los complejos mineros. A excepción de los complejos que son controlados por la guerrilla Wa; recordemos que estos están asociados a compañías privadas, en su mayoría de China. Es muy raro que los mineros artesanales puedan entrar en esos complejos.
Los law pan pueden ser clasificados según su capacidad de aporte económico: Micro jefes, jefes medianos y grandes jefes. Estos últimos suelen ser personas de etnia china (o han) oriunda de la región de Mandalay. Mientras más grande el Jefe, mayor capital pero también mayor captación de compradores, incluso fuera de Kachin (e incluso de Myanmar).
De hecho, la composición étnica de los law pan da qué hablar: 50% Kachin, 40% chino (de Mandalay) y 10% Arakan. Aquí se puede prever la existencia de tenciones étnicas por el control del negocio, incluso en aquellos tiempos de (relativa) paz. Otro factor de tención es el hecho de que muchos de los mineros migrantes se instalan a vivir en la región de Kachin alterando la demografía, lo que provocó el recelo de las organizaciones políticas las cuales no veían con buenos ojos que se le instalasen “extranjeros” en su territorio.
La gran mayoría de los mineros artesanales son migrantes de las regiones de Arakan y el centro de Myanmar, en especial la región de Sagaing
Otro elemento a tener en cuenta es que las guerrillas tendían a cobrarle “impuestos” (por ponerle un mote) a los law pan de otras etnias para poder operar en las zonas que controlaban.
Las guerrillas también oficiaban de mediadores en los conflictos entre los mineros y las compañías u entre otros mineros. Según señala el informe de IGC, rara vez los mineros acuden a la policía para resolver algún conflicto.
Ahora bien, el mencionado entramado social y económico que bien describió el IGC en su informe de 2019 se ve alterado directamente por el estallido de la guerra tras el golpe de Estado en 2021. Las guerrillas como la KIA ven sus filas engrosadas por personas de otras etnias deseosas de dar guerra a la junta militar que gobierna de facto Myanmar desde hace ya dos años. A su vez, el Tatmadaw, probablemente una de las FFAA mejor equipadas del Sudeste Asiático en estos momentos, avanzó en el control de territorios donde se encuentran los yacimientos mineros.
Otro factor clave es que las guerrillas están tomando como estrategia el realizar ataques contra los complejos mineros e industriales controlados por la junta militar. Y no solo las de Kachin o el Wa sino también las que se desprenden de la liga prodemocracia, es decir, los simpatizantes de la depuesta Aung San Suu Kyi.
Si bien no estamos hablando de ataques comparables con los que vemos en Ucrania. Las guerrillas, financiadas en parte por el negocio del jade, están siendo cada vez más creativas. Imágenes de drones civiles reconvertidos en bombarderos artesanales sueltan sobre el Tatmadaw y, cada vez más seguido, las infraestructuras mineras, explosivos que van desde una granada de mano hasta una munición de mortero capaz de destrozar un tanque, una casamata o un camión gigante del complejo minero. El Tatmadaw no se queda atrás en los ataques haciendo su parte con los complejos mineros (ahora ilegales) que controlan las guerrillas.
Vale aclarar que los ataques a las infraestructuras industriales no son en sí un crimen de guerra. Estos ataques [llamados ataques contra-valor], están destinados a despojar al enemigo de su poder económico y material y son perfectamente legítimos por ambos bando. Desgraciadamente, a menudo, y sobre todo por parte del Tatmadaw, los ataques están dirigidos a la población civil.
El estado de anomia total que trae la guerra actual hace imposible obtener datos precisos sobre el negocio del Jade. En buena parte se debe a que el jade que fluye hacia china es tanto el oficial, controlado por el Tatmadaw, como el informal, controlado en parte por las distintas guerrillas. No es de extrañar que en un mismo puesto de venta al otro lado de la frontera china se pueda encontrar una pieza vendida por el Tatmadaw al lado de otra vendida por el KIA.
Por último, podemos entrever que la guerra, consecuencia del golpe, es una oportunidad de oro para el Tatmadaw para hacerse “legítimamente” (léanse bien las comillas) del control total del negocio del Jade.
Graduado en Ciencia Política en la UBA, República Argentina. Miembro del Grupo de Estudios del Asia América Latina (GESAAL).