Corría julio de 1853 cuando el comodoro norteamericano Matthew C. Perry apostó sus navíos en las costas del Japón feudal gobernado por el shogunato Tokugawa. Perry venía con órdenes estrictas: conseguir la apertura comercial del Japón por las buenas. O por la fuerza, si la diplomacia habitual no daba el resultado esperado.
Los Tokugawa habían llegado al poder dos siglos antes y habían decidido cerrar el territorio a la influencia exterior, coexistiendo mientras tanto con el linaje imperial que mantenía un poder nominal.
Esta decisión proteccionista mantendría al Japón al margen de las diversas corrientes de pensamiento y avances tecnológicos que irían ocurriendo en Occidente.
Cuando Perry llegó a Japón, el gobierno feudal se encontraba hacía tiempo intentando acallar conflictos internos, por lo que, debilitado, terminó sucumbiendo ante la amenaza de los cañones estadounidenses.

A partir de ese momento comenzaría una etapa de transición denominada bakumatsu que se extendería por varios años, donde imperaron el caos y los conflictos bélicos constantes, situación que precipitó la caída del shogunato y el retorno al poder real del Emperador. Esto último ocurrió finalmente en 1868, dando inicio a la era Meiji.
La era Meiji representó para Japón un nuevo comienzo y una rápida absorción de todo aquello que se había perdido por su hermetismo. Esto significó que 200 años de innovaciones y corrientes filosóficas completamente ajenas a la cultura local ingresaran velozmente en tan solo un par de años y cuyos severos efectos reales en la sociedad japonesa solo podría comprenderse tiempo más tarde. Pero esa es otra historia.
Con el nuevo gobierno Meiji establecido, comenzaron las andanzas de japoneses por el mundo. De hecho, los primeros inmigrantes japoneses oficiales se hicieron presentes en Hawái en ese mismo año, y es por ello que se considera 1868 como el inicio oficial de la diáspora japonesa.

Dato curioso: al cumplirse el 150° aniversario de este acontecimiento en 2018, dos nikkei (descendientes de japoneses) de Perú y Argentina presentaron en una conferencia en Hawái la propuesta de celebrar el Día Internacional del Nikkei todos los 20 de junio.
La propuesta finalmente fue aprobada, y con ella, indirectamente, los argentinos terminamos quedando aún más conectados con Japón por recordar en esa misma fecha el fallecimiento de Manuel Belgrano y el “Día de la Bandera”.
Según explica la Prof. Cecilia Onaha, quien ha abordado la temática de la inmigración japonesa con profundidad, hay mención de presencia japonesa en territorios que posteriormente se convertirían en la República Argentina tan temprano como el siglo XVI, cuando una persona que se entendía como procedente de Japón, llamado “Francisco Xapon”, habría sido vendido como esclavo en aquellos tiempos de la colonia. Sin embargo, sería en 1886 cuando llegaría Kinzo Makino, identificado oficialmente como el primer inmigrante japonés.
El 3 de febrero de 1898, 30 años después del inicio de la Era Meiji, Argentina y Japón firmarían el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, el cual daría inicio a las relaciones diplomáticas que se verían pausadas únicamente durante la Segunda Guerra Mundial por la participación de Japón en el conflicto.

La firma de este tratado coincidió con las dificultades que los inmigrantes japoneses estaban experimentando en su integración en la sociedad estadounidense, por lo que, buscando nuevos horizontes, muchos de ellos marcaron rumbo sur.
La llegada del mítico buque Kasato Maru a Brasil no solo sería el puntapié para la conformación en aquel país de la comunidad nikkei más grande del mundo, sino también el inicio formal de la inmigración japonesa en Argentina entendida ya más como un proceso de oleada. Es que dos pasajeros del buque decidirían continuar viaje y establecerse en Buenos Aires, siendo pronto imitados por otros paisanos.

El Tratado sería aprobado en 1901 y fue clave para el comienzo del intercambio comercial, como así también para establecer la libertad de navegación entre los territorios. Por otro lado, también derivó en la asistencia argentina a Japón durante la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), cuando Argentina vendió a Japón un crucero originalmente comprado para la armada local, el Mariano Moreno, rebautizado luego en Japón como Nisshin.
Aunque las relaciones diplomáticas empezaron con este Tratado, no sería hasta la década de 1940 cuando se establecerían las Embajadas en cada país. A este primer acuerdo se acoplaría el Tratado de Emigración Argentino Japonés de 1961, mediante el cual Arturo Frondizi, presidente argentino en aquel entonces y ferviente admirador del empuje asiático, buscaba traer inmigración calificada al país.
Sin embargo, más allá de acuerdos posteriores, el Tratado de 1898 permanece como el símbolo inquebrantable de la estrecha relación argentino-japonesa, que en 2023 cumple 125 años y que sin dudas augura grandes festejos.
Licenciada en Estudios Orientales (Universidad del Salvador). Especialista en Relaciones Públicas. Cuenta con una diplomatura superior en Educación, Imágenes y Medios (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales). Tiene una Maestría en Industrias Culturales, Política y Gestión (Universidad Nacional de Quilmes). Es profesora de la clase sobre Japón en la materia Procesos Interculturales, de la Maestría de Diversidad Cultural (Universidad Nacional de Tres de Febrero). Imparte cursos de capacitación sobre historia, cultura y protocolo de China, Corea y Japón (Museo de Arte Hispanoamericano Isaac Fernández Blanco).