¿Un punto de inflexión? La visita de Pelosi a Taiwán y la respuesta china

PELOSI
Imagen: Wikimedia Commons

La discusión sobre la pertinencia de la visita de Nancy Pelosi a Taiwán dominó la agenda antes y después que la legisladora norteamericana abandonara el estrecho.

Llamativamente, en ámbitos periodísticos y académicos occidentales, primó la crítica y el pedido a los Estados Unidos de no contradecir las estrategias estatales del gigante asiático. Como si no hacerlo, abriera per se la posibilidad de un mundo en calma y de una cooperación normalizada entre los Estados nacionales.

Sin embargo, esto no es una opción realista para ningún Estado y, menos aún, para los adversarios de China. Primero, porque los aprendizajes de la historia del siglo XX muestran que, con dudas y esperanzas potenciales de un buen proceder, los deseos expansivos de las potencias no han encontrado un límite. Y segundo, mucho menos, luego de los acontecimientos de Hong Kong, donde China arrasó con la vida democrática del enclave, a pesar que lo firmado con Gran Bretaña sostenía que hasta casi 2050 el status quo no debía alterarse significativamente.

La respuesta china ante la llegada de Pelosi buscó reforzar la posición victimista que sostiene parte de su relato nacional: “somos un país emergente, integrante del sur global que responde siempre pacíficamente las agresiones de la superpotencia imperialista”. De hecho, este discurso ha permeado, en especial, entre especialistas e intelectuales de América Latina que reclaman considerar a China como miembro del club del “tercer mundo”. Sin embargo, esta posición es muy difícil de sostener. China es uno de los dos países más poderosos del mundo, con una potencia militar y económica a la que, ningún otro de los países emergentes, siquiera puede acercarse.

En este sentido otro paso previo a iniciar cualquier análisis de la coyuntura global es dejar de lado el razonamiento que exige a los países occidentales moverse con una vara altísima o, primero, auto flagelarse por las deudas impagas de épocas coloniales. Atrás de este reclamo está la infantil idea que hay “malos” y “buenos” esenciales, casi sin importar lo que hagan.

Acá no hay víctimas ni asimetrías, excepto en lo que toca a la propia Taiwán, escenario coyuntural del drama. Lo que vemos es un conflicto puntual entre superpotencias, con intereses concretos y estrategias bastante definidas, en el marco de una disputa mayor por el poder global.

El futuro de Taiwán (y por qué no, de los aliados de occidente en la región), está directamente unido al resultado de ese conflicto global. Por eso, Estados Unidos debía dar un mensaje que lo mostrara en frecuencia y, además, que no volvería a “entregar” a la isla como hizo en el siglo XX, para lograr la ruptura del frente comunista liderado por la Unión Soviética.

Arqueología de un gesto político

Lo primero que puede decirse sobre el viaje de Pelosi es que Estados Unidos realizó un gesto político muy potente. Y hay que remarcar lo de político porque contrasta con la reacción china, que estuvo ligada primordialmente a la acción militar. No fue la única posibilidad de la que disponían las autoridades chinas, sin embargo, esa fue la que eligieron.

Incluso antes de la llegada de Pelosi a Taiwán, China comenzó con el movimiento de tropas que llevó a un punto inédito cuando la legisladora abandonó el estrecho y continuó con el bloqueo posterior. De hecho, las constantes y poco diplomáticas advertencias previas del gobierno chino (“quien juegue con fuego se quemará” entre otras) pusieron a Pelosi y al gobierno estadounidense en un dilema.

El futuro de Taiwán (y por qué no, de los aliados de occidente en la región), está directamente unido al resultado de ese conflicto global

En caso de suspender la visita, entonces, eso sería visto como un gesto de debilidad en un país que enfrenta las cruciales elecciones de medio término y donde el liderazgo internacional del presidente es uno de los elementos importantes a la hora de tomar la decisión del voto.

La movida norteamericana suma además dos puntos no menores. Primero le devuelve la iniciativa política, después de bastante tiempo de ir corriendo atrás de los acontecimientos. En segundo lugar, centra el conflicto en el lugar que más le interesa, lejos de casa (y de Europa) y cerca de China. Y, sobre todo, porque pone a China en un lugar políticamente complicado del cual salir en su intento de conseguir legitimidad política como pretendiente al trono geopolítico global.

Por otra parte, si se mira con mayor detalle aún, se pueden encontrar más matices políticos en el gesto político norteamericano, a saber: la visita la realizó una parlamentaria, al final de su carrera política y en un país donde el poder legislativo no recibe órdenes del presidente. Tampoco es que Pelosi sea una recién llegada en esta cuestión. Su legajo incluye la visita a la Plaza Tiananmén para recordar a los estudiantes asesinados o una visita al Dalai Lama entre muchas otras acciones.

El carácter político del viaje de Pelosi se refuerza al punto que, al mismo tiempo, la Casa Blanca (a través de John Kirby, coordinador para Comunicaciones Estratégicas del Consejo de Seguridad Nacional) reafirmó la política de “una sola China” e, incluso el propio presidente Biden, montó una suerte de “despegue” estratégico de la acción de la representante demócrata. Además, no aumentó el rango histórico de las visitas norteamericanas, ya que, en los noventa, Taiwán había recibido al entonces presidente de la Cámara de representantes, el republicano Newt Gingrich.

Finalmente, también debe considerarse que fue un elocuente mensaje a sus aliados en la zona, como Japón, Australia, Corea del sur y países del sudeste asiático, a los que está pidiendo un fuerte compromiso con las alianzas que encabezan los norteamericanos en el Asia-Pacifico.

Hipótesis para pensar las causas del conflicto

La movida norteamericana puso a China en una situación incómoda ya que debía responder con contundencia al mismo tiempo que mostrar su apego a las reglas de este anacrónico sistema internacional, resabio del erigido en el mundo post 1945. Sobre todo, porque China reclama con vehemencia que (lo que queda de) esas normas se cumplan cuando juegan a su favor.

Mientras el mundo confió en que respetarían los pasos de la transferencia de Hong Kong, la Ley de Seguridad Nacional de 2020 mostró que eso no ocurriría. Más aún, la represión a la disidencia se profundizó hasta hoy en día, en que ya barrió sin contemplaciones con la vital sociedad civil hongkonesa derrumbando la fachada de “un país dos sistemas” como si nunca hubiera existido.

Lo mismo podría decirse en su desconocimiento del fallo del tribunal del mar en el diferendo con Filipinas (aunque este no era vinculante) y también en la falta de cumplimiento de lo acordado en el Tibet o en la forma de manejar el brote que dio origen a la pandemia.

Del mismo modo, suspender la cooperación en temas de interés global (por ejemplo, el cambio climático) también es una respuesta equivocada ya que, más que castigar a Estados Unidos, muestra ante los ojos de la opinión pública internacional el desapego y el carácter meramente táctico que otorga el gobierno de Xi a las agendas posmateriales que, además, sustentan una parte de sus apoyos políticos en otras partes del mundo.

El impacto que produjo la visita de Pelosi en las autoridades chinas les impidió responder al gesto norteamericano con proporcionalidad e inteligencia. Y esto fue así, posiblemente, por la presión del próximo congreso del Partido Comunista y la necesidad de mostrar un liderazgo sólido, o por la excesiva difusión de un ideario nacionalista en la población alimentado por el gobierno de Xi y también, podría explicarse porque no esperaban que el arribo de Pelosi a Taipéi, finalmente, se concretara.

también debe considerarse que fue un elocuente mensaje a sus aliados en la zona, como Japón, Australia, Corea del sur y países del sudeste asiático

Posiblemente, lo que más nervioso puso al gigante asiático fue observar que la política de Estados Unidos comienza a mostrar cierta inteligencia estratégica, además de continuidad en el plano interno. La titubeante política exterior de Obama tuvo, sin embargo, el llamado “pivote en Asia” como un elemento importante. La vociferante política exterior de Trump continuó con ese énfasis en Asia, además de abrir la puerta de la política de contención a China. Biden retomó este aspecto y puso especial atención en el rearmado de alianzas con sus socios históricos (Japón, Australia y Corea del sur) incluyendo además al sudeste asiático (abandonado por Trump) y a la India.

La visita de Pelosi a Taiwán: el fondo y las consecuencias

Como preludio al viaje de Pelosi, Estados Unidos recompuso pragmáticamente el vínculo con Arabia Saudita, incluyendo la foto de Biden con Mohammed bin Salman (acusado del asesinato del periodista Jamal Khashoggi) y mató en Afganistán al líder de Al Qaeda, Ayman al-Zawahiri (diciendo algo así como nos fuimos, pero aún estamos ahí).

Por otra parte, la caótica retirada de Afganistán fue un paso que debe considerarse en ese mismo sentido, buscando reordenar el interés norteamericano y ponerlo en Asia-Pacifico, abandonando una parte del mundo que solo le traía costos de todo tipo. Al mismo tiempo, delegó la responsabilidad del talibán a sus vecinos, China, Irán y Pakistán. La invasión a Ucrania vino a modificar muchos de sus planes, pero no el interés en el mundo asiático.

To be continued

La movida en Taiwán fue quirúrgica, provocó que su rival perdiera la línea y descolocó al gobierno chino que mostró un rostro que había trabajado arduamente en maquillar. Sin embargo, no queda claro que la estrategia norteamericana aún tenga coherencia y que respete los valores que reclama a los demás. Sobre todo, que sus elites estén conscientes que las relaciones con China se desarrollan en un fino andarivel donde no solo hay que dar golpes de efecto y que el enfrentamiento directo no es una posibilidad.

Por su parte, China deberá mostrar que cumple las normas también cuando no le son favorables, y que su relato pacífico y su intención de aportar a un sistema internacional cooperativo y la ruta de la seda como marco de expansión no imperialista ni violento, no pueden quedar en la banquina al primer desencuentro cara a cara con los Estados Unidos.

Una vez más la política internacional exige a sus grandes jugadores poner en juego altas dosis de razonabilidad, creatividad e inteligencia, además de bombas, misiles y petróleo.

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Es director del Grupo de Estudios de Asia y América Latina (GESAAL) del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Además es doctor en Procesos Políticos Contemporáneos por la Universidad de Salamanca (España), investigador del Instituto de Estudios de América y el Caribe de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y profesor en las Universidades de Buenos Aires y del Salvador. Dictó conferencias en Malasia, Tailandia, Vietnam, Holanda, Japón, Suecia, España, Rusia, Uruguay y Argentina. Posee artículos publicados en Alemania, USA, México, Uruguay, Dinamarca, Argentina y España. Es además especialista en Historia política de la segunda mitad del siglo XX (Transiciones, guerra fría) y Política contemporánea de América Latina y Asia.