La crisis política que sacudió a Hong Kong en el año 2019 pronto obtuvo la atención internacional debido a la continuidad y a la radicalidad de las protestas sociales, dejando al descubierto graves incertidumbres sobre el futuro político de esta Región Administrativa Especial de China. Este movimiento inició cuando casi un millón de hongkoneses salieron a las calles el 9 de junio para expresar su repudio al proyecto de ley que autorizaría la extradición de personas sospechas para ser juzgadas en la China continental.
Desde entonces, se suscitaron múltiples manifestaciones, resultando en no pocas ocasiones en enfrentamientos violentos con la policía y en cada vez un mayor número de actos vandálicos. Al mismo tiempo, la represión policiaca fue en aumento, a pesar de que en aquel momento en Hong Kong las manifestaciones eran consideradas un derecho.
Aunque originalmente las protestas comenzaron como un rechazo al proyecto de Ley de Extradición, pronto las demandas se expandieron hasta alcanzar cinco peticiones. Entre ellas, destacaba la exigencia de realizar una investigación independiente sobre la actuación de la policía durante las manifestaciones.
El gobierno hongkonés impulsó esa nueva ley bajo el argumento que esta permitiría las extradiciones a jurisdicciones con las que Hong Kong no tiene acuerdos al respecto. Para ello tomó el caso de Chan Tong-kai. Chan era requerido en Taiwán por el asesinato de su novia Poon Hiu-wing, quien estaba embarazada, ocurrido en Taipéi en febrero de 2018, cuando él tenía 20 años. Chan regresó a Hong Kong después de cometer el asesinato y fue encarcelada por delitos relacionados con el lavado de dinero sin poder ser reclamado por el gobierno taiwanés por el crimen cometido en su territorio.
Sin embargo, no pocos activistas, como la legisladora Claudia Mo, vieron en el caso “un caballo de Troya” para impulsar una ley que podría ser utilizada en contra los disidentes del sistema político chino limitando las libertades democráticas con las que cuenta el territorio hongkonés .
Entre las peticiones, destacaba la exigencia de realizar una investigación independiente sobre la actuación de la policía durante las manifestaciones
Las manifestaciones que estallaron son la punta del iceberg de un malestar más grande. Este malestar tiene su origen en una sensación generalizada de pérdida paulatina de autonomía y del respeto a los derechos humanos que se deriva de la política asumida en los últimos años por el gobierno central chino respecto a Hong Kong.
Esta sensación se ha incrementado a partir del arribo de Xi Jinping a la presidencia de China, quien ha impulsado una política de mayor control social como parte de una estrategia más amplia que implica el rejuvenecimiento de la nación china. En este sentido, es posible sugerir que una parte de la sociedad hongkonesa considera que los logros democráticos alcanzados desde su reincorporación a China están bajo acecho.
Las manifestaciones que estallaron son la punta del iceberg de un malestar más grande
Paradójicamente, a pesar del dinamismo, los alcances y simpatías que las manifestaciones hongkonesas despertaron tanto en los ciudadanos de la isla como entre miembros de la comunidad internacional, estas manifestaciones generaron, a la postre, un mayor intervencionismo del Partido Comunista Chino (PCCh) que se reflejó en la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional.
Esta ley fue aprobada el 30 de junio de 2020 por la máxima legislatura de China, la Asamblea Nacional. Esta legislación sin precedentes se redactó en Beijing, se presentó rápidamente a puerta cerrada y se evitó cualquier discusión por parte del poder legislativo local.
estas manifestaciones generaron un mayor intervencionismo del Pcch que se reflejó en la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional
Los movimientos sociales y la democracia como posibilidad

“Sé como el agua”, rezaba uno de los eslóganes que se escuchaban
frecuentemente durante las protestas callejeras que tuvieron lugar el verano de
2019 en Hong Kong. La frase se atribuye a uno de los íconos más importantes
de la cultura popular hongkonesa, Bruce Lee.
Ésta bien representa las tácticas utilizadas por participantes de las multitudinarias marchas. “Vacía tu mente. Sé amorfo. Moldeable. Como el agua. Ahora que vacías el agua en una taza, se convierte en la taza. La vacías en una botella, se convierte en la botella. La colocas en una tetera, se convierte en la tetera. Ahora el agua puede fluir o puede golpear. Sé como el agua, amigo mío”, decía Lee.
Esta filosofía fue apropiada por los manifestantes para enfrentarse a un orden institucional autoritario: duro como el hielo cuando hay que resistir, escapar como el vapor cuando se está bajo asedio, fluir como el líquido para tomar la ciudad. Así, cada una de las propiedades del agua fue vista como formas de resistencia y de identidad de las movilizaciones.
El malestar tiene su origen en una sensación generalizada de pérdida paulatina de autonomía
Las movilizaciones sociales en la historia reciente de la isla han estado conectadas bajo una narrativa común, la cual se traza en la exigencia para ampliar la vida democrática y la soberanía del pueblo hongkonés, y que surgen de tiempo en tiempo a partir de acciones gubernamentales aparentemente desligadas, pero que guardan una estrecha relación de limitar el derecho a la autodeterminación. La democratización de la vida social y política, o el anhelo de que así sea, fomenta irremediablemente la producción de movimientos sociales conformados por ciudadanos que coinciden en la discusión y defensa de causas vinculantes.
Ahora bien, lo que presentan las movilizaciones en Hong Kong es la búsqueda de garantías democráticas. Lógicamente, no hay un precedente de retroceso, pues ni en el pasado colonial ni en el presente semiautónomo, se ha gozado de plena soberanía, sino que es producto de un imaginario poscolonial que, paradójicamente, construye todo un referente de políticas de emancipación.

En este caso, las formas de identidad van de la mano con exigencias democráticas que buscan impedir una mayor intromisión de la China continental en los asuntos de Hong Kong. El autoritarismo del Gobierno Central erosiona las posibilidades democráticas demandadas por los manifestantes, siendo esto el centro de la discusión: el acotamiento de libertades, la negación de la identidad hongkonesa arraigada en su historia, soberanía, autodeterminación y derechos privados y colectivos, erosionan no sólo la posibilidad de la democracia, sino también de la democracia en su potencialidad como orden rector de una vida social, económica y política propia. Por tanto, es una democracia inconclusa, la cual más que un fin, es el medio para construir su identidad.
Aunque el estatus de Región Administrativa Especial pone a Hong Kong en una circunstancia excepcional sobre ciertas decisiones soberanas, particularmente en el terreno electoral, siguen estando ajustadas al mandato gubernamental chino. No obstante, la democracia en Hong Kong parte de un imaginario colonial al cual, paradójicamente, también se enfrentó: la hoja de ruta institucional del otrora poder colonizador, en tanto nación democrática, se convirtió en experiencia operativa para el desarrollo del sistema político propio.
Las movilizaciones sociales han estado conectadas por la exigencia para ampliar la vida democrática y la soberanía del pueblo hongkonés
Gran Bretaña se convierte así en una cadena de significantes que ahora es apropiado como referente democrático, cuando en otro momento fungió como eje antagonista. Esto, por supuesto, no deja de ser paradójico: en el proceso de hibridación cultural se producen múltiples interpretaciones. Si bien Gran Bretaña fue el poder colonial en el pasado, también es una nación democrática en el presente. Históricamente, su papel imperial resulta anacrónico, símbolo de otro tiempo que no corresponde al orden global actual, pero su sistema democrático contemporáneo se transforma en aspiración política.
De la misma manera, la China continental se convierte en ese discurso del pasado que se intenta imponer antagónicamente a una nueva generación de hongkoneses ansiosos de una democracia operativa en la Isla.
A lo largo de una década, la sociedad hongkonesa ha dado muestra de su disposición para avanzar en una ruta democrática, pasando del reconocimiento a su identidad local, a su propia visión de la historia hasta exigir principios democráticos liberales de alcances más amplios a través del respeto integral hacia la soberanía popular y la celebración de elecciones que respeten el sufragio universal sin condicionamiento.

Al mismo tiempo, las manifestaciones se han vuelto más prologadas, más violentas y divisoras de la propia población de la ciudad. Sin embargo, estas manifestaciones no son una evidencia de una defensa acérrima en contra de una ola de erosión democrática; más bien, es la aspiración y proyección de un anhelo respecto a prácticas democráticas que los hongkoneses nunca han tenido plenamente como consecuencia del proceso de colonización y descolonización. En este sentido, es posible afirmar que lo que se observa en Hong Kong es una búsqueda constante de una comunidad que se imagina a sí misma como democrática.
Esta situación se deriva de la doble condición de Hong Kong. Por un lado, su pasado colonial y su transición de régimen político, ya que al dejar de ser una colonia británica no se convirtió en un Estado-nación moderno, sino una organización política particular que goza de amplia autonomía real, pero que depende del Estado chino.
Por otro lado, China ha experimentado, desde la llegada del Presidente Xi Jinping al poder, el fortalecimiento de prácticas autoritarias derivadas de un sistema de partido único enmarcada en la idea de que la democracia no es la única ruta al progreso y el desarrollo.
El artículo es un resumen del original, publicado en la Revista Asia / América Latina.