Japón y la globalización: cómo los imperativos estratégicos impulsan el cambio político

JAPÓN
Imagen: Asia Power Watch

La necesidad de equilibrar la emergencia de China como actor político y militar global ha llevado a la burocracia estratégica de Japón a imponerse de una forma que habría sido difícil de predecir hace dos décadas.

La publicación del libro blanco anual de 2021 del Ministerio de Defensa, “Defensa de Japón”, con la amenazadora figura de un guerrero samurái en su portada como clara señal del cambio en la mentalidad y la visión de la seguridad nacional de los militares, identifica inequívocamente a Pekín como una amenaza existencial.

Este tipo de declaraciones “directas al grano” no concuerdan con el enfoque japonés de la posguerra en materia de asuntos exteriores, basado principalmente en la paz y la estabilidad internacionales. La preclusión de la Gran Estrategia después de que Japón fuera derrotado militarmente y ocupado por EEUU había llevado a Tōkio a centrarse principalmente en el crecimiento económico, las exportaciones y el bienestar sin la carga de un fuerte aparato militar. Durante casi setenta años, Japón se contentó con depender del poder duro estadounidense para su propia seguridad.

Los crecientes desafíos planteados por China han llevado a Japón a revisar rápidamente su enfoque pacifista del sistema internacional. Envalentonado por el “Pivot to Asia” de la Administración Obama, una propuesta de reequilibrio estratégico de 2011 para consolidar los intereses estadounidenses en Asia y contener la supuesta ascendencia de China en la región, Japón aprovechó rápidamente la oportunidad para acelerar las reformas y abordar las cuestiones regionales teniendo en cuenta todas las herramientas del arte de gobernar.

Cuando Washington aún estaba perfilando su nueva estrategia para equilibrar a China en la región Asia-Pacífico, Japón ya había publicado su Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) de 2013. La NSS, un enfoque integral de los objetivos de seguridad nacional, ya ofrecía una perspicaz línea de acción para disuadir a Pekín de desafiar el statu quo en Asia. Desde entonces, Tokio ha estado a la vanguardia de las iniciativas del orden “liberal” en la política asiática.

Actualmente, Tokio promueve un enfoque multilateral basado en una visión “Indo-Pacífico Libre y Abierto” (FOIP) y contribuye fervientemente al fortalecimiento del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (QSD), un foro intergubernamental de seguridad entre Australia, India, Japón y Estados Unidos cuyo principal objetivo es impedir la hegemonía de China sobre la región Asia-Pacífico.

A pesar de ser etiquetado a menudo como un programa de inversión para fomentar el crecimiento económico en África y Asia, el FOIP es principalmente un instrumento geopolítico para equilibrar la influencia de China en la región. El FOIP es, por tanto, un claro compromiso con el orden internacional liderado por Estados Unidos, del que dependen en gran medida la prosperidad y la seguridad nacionales de Japón. Aparte del FOIP, Japón también planea reforzar sus inversiones en infraestructuras de ultramar en el Sudeste Asiático, que ya eclipsan con creces las de China.

Además de la diplomacia y las inversiones económicas, el enfoque japonés de la política regional tiene un compromiso militar cada vez mayor. La reciente declaración del primer ministro Fumio Kishida sobre el aumento gradual del gasto en defensa de Japón -del 1,3% en 2021 al 2% del PIB nacional en 2027- es sólo el último desarrollo de una estrategia japonesa a largo plazo, impulsada bajo el mandato del ex primer ministro Shinzo Abe, para ampliar su estatus militar internacional y abandonar su reputación de país introvertido centrado en la riqueza económica. La inclusión de Japón en el ambicioso proyecto del Programa Aéreo de Combate Global (GCAP, por sus siglas en inglés), una empresa entre Tokio, Londres y Roma para desarrollar un avión de combate de última generación, es probablemente el ejemplo más llamativo del enfoque asertivo de Japón en las relaciones internacionales contemporáneas.

Por último, los recurrentes intentos de enmendar el artículo 9 de la Constitución, como el anuncio realizado en 2017 por el ex primer ministro Shinzo Abe de una posible nueva constitución en 2020, subrayan claramente el objetivo de amplias franjas del Partido Liberal Democrático, el partido político gobernante durante la mayor parte de la historia política japonesa de posguerra, de empezar de nuevo en la arena internacional, dejando atrás el legado de un país minimalista y derrotado.

Japón y los cambios en el sistema internacional: una perspectiva histórica

Los ejemplos anteriores proporcionan algunas ideas significativas sobre el pensamiento estratégico actual de Tokio. Sin embargo, mientras que las afirmaciones anteriores se refieren a las vicisitudes estratégicas japonesas actuales, esta serie de artículos titulada “Cómo los imperativos estratégicos impulsan los cambios políticos en Japón” no se centra en la geopolítica japonesa contemporánea. El objetivo de estos artículos es utilizar un enfoque histórico que vaya más allá de la actualidad para comprender la eficacia con la que Japón se adaptó a los cambios pasados en la distribución regional del poder.

Los crecientes desafíos planteados por China han llevado a Japón a revisar rápidamente su enfoque pacifista del sistema internacional

Explorar el pasado es la única herramienta analítica que proporciona perspectivas y patrones perspicaces para comprender el complejo conjunto de causas internacionales que conducen a cambios sistémicos en las comunidades humanas y las naciones. En otras palabras, nos ayuda a arrojar luz sobre la capacidad de una nación para reaccionar con éxito ante las amenazas a la seguridad percibidas. Se trata, por tanto, de analizar acontecimientos pasados para comprender mejor cómo puede adaptarse Japón con eficacia a los cambios internacionales para alcanzar los objetivos de su Gran Estrategia.

Como hemos visto, el ascenso de Pekín ha provocado varios cambios en el enfoque introversivo e incómodo de Tokio respecto a los imperativos estratégicos de Japón. Sin embargo, tales “pasos sin precedentes” para abordar cuestiones críticas de seguridad no son nuevos. De forma similar a la amenaza percibida que supone la República Popular China para el Japón contemporáneo, el Estado Yamato del siglo VII y el imperio Meiji del siglo XIX se enfrentaron a cambios drásticos en el equilibrio de poder internacional. El ascenso de poderosas potencias extranjeras, a saber, la China de los Sui y los Tang y, más tarde, las potencias occidentales, se consideraron amenazas existenciales que exigían un replanteamiento en profundidad de la estructura institucional, política e ideológica del Estado.

El objetivo de este primer artículo de la serie “Cómo los imperativos estratégicos impulsan los cambios políticos en Japón” es arrojar luz sobre la incomparable capacidad de Japón para adaptarse rápidamente y afrontar con éxito las crecientes amenazas y los cambios sistémicos en la escena internacional. Este artículo trata sobre el primer estudio de caso: la fundación del Ritsuryō.

La primera centralización de Japón y el nacimiento del estado Ritsuryo

La reunificación de China bajo la dinastía Sui en 589 y, posteriormente, la unificación de Corea en 668, bajo el reino de Silla, estrecho aliado de China, supusieron un hito en el desarrollo de la primera forma centralizada de gobierno de Japón. La consolidación de poderosos imperios en el continente significó que Japón se enfrentaba a una amenaza existencial potencial por primera vez en la historia. La sustitución de los Sui por los Tang en 618, posiblemente la más poderosa y prestigiosa de todas las dinastías chinas, fue aún más alarmante para la corte Yamato. Por ello, la cambiante geopolítica de Asia Oriental impulsó a los dirigentes del antiguo Japón a idear una solución para hacer frente a semejante desafío sin precedentes. El camino elegido fue la introducción de un nuevo sistema de gobierno en el país, mediante la adopción de modelos extranjeros procedentes del continente ya en el siglo VI.

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El hecho de que Japón hubiera luchado anteriormente en el bando perdedor, sufriendo la pérdida tanto de su fuerza expedicionaria en el continente como de su aliado coreano más cercano, el reino de Peachke, en la batalla de Hakusukinoe en 663, hizo aún más urgente la necesidad de acelerar el proceso de reforma de la centralización del Estado. El temor a una posible expansión china en el archipiélago japonés está claramente respaldado por pruebas arqueológicas, que muestran la construcción de fortificaciones militares a lo largo de la costa de la bahía de Hakata en el siglo VII.

La derrota de Hakusukinoe provocó cambios aún más radicales en la Corte Imperial. En 694, se estableció la primera capital estable en Asuka. En 702, se promulgó un nuevo código de leyes inspirado en los principios chinos de gobierno: el Ritsuryō. El Ritsuryō constaba de dos partes: leyes penales (ritsu) y normas administrativas (ryō). El aspecto más destacado de la reforma administrativa fue la superación de la realidad de los clanes y la transformación de los habitantes japoneses ya sometidos al dominio yamato en súbditos imperiales, directamente vinculados al emperador según una relación jerárquica que los vinculaba al gobernante. En 710, la capital se trasladó a Nara, una nueva ciudad modelada según la capital china de Chang-an, lo que proporcionó a la burocracia Yamato un centro administrativo eficaz para aplicar las reformas de 702. El Ritsuryō representó la culminación del proceso de construcción y centralización del Estado en el antiguo Japón.

Como suele ocurrir con las potencias ascendentes a lo largo de la historia, el proceso de construcción del Estado tuvo un fuerte componente cultural y religioso. De forma similar a lo que había ocurrido en China y Corea, la corte Yamato necesitaba una religión sofisticada con principios universales para sancionar el poder estatal y legitimar su pretensión de gobernar. Un aspecto clave de un gobierno centralizado dirigido por una burocracia eficiente sobre la que descansaba el poder imperial era la adopción de una religión oficial que legitimara el papel del emperador a nivel internacional. En la antigua Asia, la religión que podía legitimar tales necesidades era el budismo.

Patrocinado inicialmente por el clan más poderoso de la época, el clan Soga, el budismo se convirtió rápidamente en la religión de las élites gobernantes. Con sus valores ceremoniales y universales, el budismo permitió elevar el prestigio del emperador, ahora gobernante al frente de un país unificado y pacificado, aumentando el prestigio internacional entre las cortes reales de Asia Oriental.

La legitimidad política derivada de la adopción del budismo condujo a una transformación radical de las costumbres, la arquitectura y los ritos funerarios, siendo uno de los ejemplos más comunes la cremación en sustitución de los enterramientos tradicionales.

La construcción de grandes templos y estatuas budistas para resaltar la fortaleza del Estado fue quizá el aspecto más visible del mecenazgo de la nueva fe por parte de la corte de Yamato. El caso más destacado fue la inauguración de la estatua del Gran Buda del templo Tōdai-ji en 752, el punto más alto del poder blando del Estado Yamato. La ceremonia de inauguración de la estatua de 16 metros de altura corrió a cargo del monje indio Bodhisena en presencia de 10.000 monjes. A la ceremonia budista asistieron varios dignatarios de países de Asia Oriental, entre ellos funcionarios chinos y coreanos. De forma similar a los grandes recintos contemporáneos, como la Copa Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos, el principal objetivo de la inauguración era aumentar el prestigio del Estado y obtener el reconocimiento internacional como nación civilizada.

Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió en Occidente tras la difusión del cristianismo y el islam, el patrocinio del budismo por parte del Estado no condujo al desmantelamiento oficial de los mitos y símbolos religiosos autóctonos. En 712 finalizó la compilación del Kojiki, el documento literario e histórico más antiguo de Japón que combina mitos japoneses y relatos semihistóricos para aumentar el prestigio y legitimar el derecho de la línea imperial a gobernar el archipiélago. En 720 se publicó el segundo libro más antiguo de la historia clásica japonesa, el Nihon Shoki. El Nihon Shoki se inspiró en gran medida en el modelo de las historias oficiales chinas, con una narración de los acontecimientos en orden cronológico. El principal objetivo de esta antigua forma de “propaganda estatal” era, al igual que con la difusión de las prácticas budistas, aumentar el prestigio del Estado, glorificando la singularidad del pasado japonés y el derecho de la línea imperial a gobernar a perpetuidad.

El sistema Ritsuryō, que se mantuvo en vigor hasta mediados del siglo XIX, sancionó el triunfo de una administración centralizada capaz de imponerse a los distintos clanes para proteger los intereses de la Corte Imperial frente a las amenazas extranjeras. Una de las características más interesantes del sistema Ritsuryō fue su capacidad para adaptar el modelo chino a las necesidades locales. Un ejemplo clásico proviene de la decisión del Estado Yamato de no instituir la selección de funcionarios mediante el sistema de exámenes imperiales, como era norma en la China Sui y Tang. En su lugar, Japón siguió eligiendo a los burócratas imperiales por nacimiento y no por méritos.

Esta organización burocrática también reflejaba las peculiaridades de la línea imperial y el concepto de Tennō “Soberano celestial”, según el cual los emperadores japoneses eran descendientes directos del cielo, en lugar de gobernar mediante mandato celestial, en virtud del cual se permite gobernar a un gobernante legítimo y justo, como ocurría en la tradición filosófica china. En otras palabras, en contraste con la tradición china, el emperador japonés se mantenía en el poder político perpetuo.

El Ritsuryō mostraría sus primeros signos de fracaso después de que la China de los Tang empezara a declinar durante la rebelión de An Lushan a mediados del siglo VIII. Con la desaparición de su amenaza existencial, la necesidad de un Estado centralizado comenzó a menguar. El coste de mantener un ejército permanente, un sofisticado sistema de templos e instituciones budistas y una extensa burocracia en tiempos de paz resultaba ruinosamente caro para el Estado. Prueba notoria de esta situación es la abolición del servicio militar obligatorio en 792. El ejército permanente modelado según las normas chinas fue sustituido gradualmente por milicias locales, cuya lealtad residía en los funcionarios locales y provinciales y no en la corte, lo que allanaría el camino a la reafirmación de los intereses basados en el clan que, a la larga, culminaría en el ascenso de la clase samurái como gobernantes supremos de Japón.

Sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió en Occidente tras la difusión del cristianismo y el islam, el patrocinio del budismo por parte del Estado no condujo al desmantelamiento oficial de los mitos y símbolos religiosos autóctonos

CONCLUSIÓN

Aunque la China de los Tang nunca invadió Japón, la percepción de una amenaza existencial fue suficiente para provocar cambios de gran alcance en el sistema institucional japonés de los siglos VII y VIII. Estos cambios dieron lugar a un aparato burocrático eficiente y a un enfoque holístico de los imperativos estratégicos que una nación dividida internamente no habría podido alcanzar. La incapacidad de los Estados para adaptarse con éxito a los cambios internacionales en el equilibrio de poder puede tener consecuencias nefastas a largo plazo. En el peor de los casos, puede conducir a la desaparición de una nación mediante la asimilación cultural o el exterminio por una potencia extranjera, como atestiguan varios ejemplos históricos.

Aunque el sistema Ritsuryō tendría efectos duraderos en la vida social y cultural del país, el origen de tales transformaciones estuvo impulsado por preocupaciones de seguridad para garantizar la supervivencia del Estado. Ante la perspectiva de la derrota, las naciones tratan de actuar de forma pragmática para superar las amenazas y encontrar soluciones de seguridad duraderas para sobrevivir. En otras palabras, el pensamiento estratégico no se produce en el vacío, sino que surge de los imperativos de la Gran Estrategia. La conclusión clave de esta observación es que las iniciativas japonesas contemporáneas para superar a China en el Indo-Pacífico siguen estando impulsadas por los mismos objetivos de seguridad que el Japón de Ritsuryō: la necesidad de sobrevivir en un entorno cada vez más hostil.

Nota: El artículo fue publicado originalmente en inglés en el portal Asia Power Watch. La reproducción del mismo en español se realiza con la debida autorización. Link al artículo original: https://asiapowerwatch.com/japan-and-globalization-how-strategic-imperatives-drive-political-change/

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Trabaja actualmente para una empresa de consultoría en Roma. Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad La Sapienza de Roma, Alexandre cursó un MBA de posgrado en Inteligencia Económica en la Escuela de Guerra Económica de París (École de Guerre Économique) en 2022. Anteriormente, realizó un posgrado en Seguridad Nacional de la Sociedad Italiana de Organización Internacional (SIOI) y un máster en Geopolítica y Seguridad Internacional de La Sapienza. Alexandre es coautor de un libro sobre geopolítica del agua titulado "Potere blu: Geopolitica dell'acqua nel Mediterraneo".